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Testigos de la Luz

lunes, 29 de junio de 2009

El hombre frente al amor verdadero


El verdadero y profundo anhelo del hombre a un amor verdadero, es más que una cuestión que expone criterios cristianos. Nos introducimos a algo que va incluso más allá de la antropología y la sicología. Estamos frente a la enorme puerta sellada de la naturaleza y esencia del hombre.

Es innegable la búsqueda de un amor desinteresado, pero a la vez es constante la frustración al toparse con las propias limitaciones de no poder entregar más que un amor no solo interesado sino egoísta. Cuestión que se hace invivible para los que tienen consciencia de ello, puesto que para los que no la tienen, simplemente viven en una escotosis continua que no les permite ver el círculo vicioso en el que caminan.

Viviendo una amistad desde un ámbito no cristiano, en otras palabras no verdadera, nos topamos con el mismo anhelo profundo de ese incesante “querer más” de la otra persona, y experimentarse realizado en ese “darle más” a esa persona, no dejándose claro a sí mismo cuál es la razón por la cual no experimenta ninguno de los dos estados a plenitud, aún teniendo la intención.
Puesto que, dentro de las amistades frívolas hay en el fondo un verdadero anhelo de amar, la mayoría de veces por no decir todas, se llega a ese punto máximo de frustración en el que se deja de creer en un amor verdadero y sincero. Optando sin sentido, por el frío hueco de la soledad debido a un sinnúmero de malas experiencias de “no ser correspondido” en la medida en que se buscaba o se esperaba, distorsionando en todo su sentido al amor verdadero, reduciéndolo a tan solo un medio de satisfacción personal.

La carrera sin fin, la carrera equivocada
La vida sin Dios hace del amor verdadero una utopía, puesto que la vida se vuelve una carrera sin fin, desalentadora y completamente pasajera.
Explicándolo de manera gráfica, sería como aquellos perros galgos de carreras, a los cuales se les enseña a correr detrás del conejo de metal, del cual el perro está completamente convencido de que es un conejo real.
Muy pocas veces ocurre que dentro de estas carreras, un perro logra atrapar el conejo de metal, y lo que sigue es un cuadro deprimente, puesto que la mandíbula del animal se quiebra y sangra.
Esta experiencia es completamente manipulable con la del hombre, puesto que ambos viven engañados de una falsa meta y de un falso sentido de la vida.

De esta forma se vive el amor en el mundo. Como aquello que es accesorio y en muchos casos imperceptible o no primordial, debido a una insensibilidad parcial que disminuye aún más la capacidad de amar. Haciendo de la triste historia del “amor utópico” algo casi real y perceptible.

El amor pasa entonces a reducirse a un “sentimiento” indescriptible y abstracto que se resume en meras emociones pasajeras que desembocan en pasiones desordenadas, creándole al hombre más rupturas de las que puede tolerar por su estado actual de prescindir de Dios.
De este desfavorable estado se hacen presente un sinfín de complejos que no son perceptibles por la propia persona debido a la falta de consciencia de Dios, y por ende de sí mismo como ser creado para amar y ser amado, ser creado para el encuentro.

El miedo al Amor
El miedo a sufrir se traduce en el miedo a amar, puesto que el concepto verdadero del Amor se resume en aquello de Nuestro Señor, al decir que “no hay mayor amor que aquél que da la vida por sus amigos”.
Estamos ya no frente a un amor rosa que tiende a ser sentimentalista y netamente emotivo, sino frente a un amor que sufre en cuanto más ama y ama en cuanto más sufre.
Un sufrimiento cargado de un sentido profundísimo que solo puede ser entendido a medida en que se conoce al Amor encarnado, el Amor hecho persona que es Jesucristo, poseedor de la Comunión perfecta de la Santísima Trinidad.

viernes, 26 de junio de 2009

Apostolado en el Ciberespacio

La tecnología ha tomado un rol imprescindible en nuestras sociedades hoy en día. Ya no se mandan cartas, ahora todo es por E-mail, se fomenta el copy-paste desde que Google expandió sus horizontes en la web, ahora más barato que el celular esta usar el Messenger y por último entre tantas cosas más se forman sociedades de amigos virtuales en lugares como facebook o Hi5.

De esta manera podríamos decir que abusamos bastante de este recurso de nuestros tiempos ¿no crees? El ciberespacio es un Don de Dios, un regalo que nos ha dado gracias al avance de la ciencia y el conocimiento y está para ser usado para llegar a todos los rincones de la tierra con esa Buena Nueva, ese mensaje de esperanza que proviene del Padre en la persona de Nuestro Señor Jesús. En las últimas décadas la creación de blogs de personas individuales que comparten con toda la web diversas opiniones, reflexiones, experiencias y multiplicidad de cosas más, han crecido en gran cantidad. Se demuestra de esta manera la necesidad de las personas de compartir, de hacer lazos de amistad, la necesidad de transmitir algo. La pregunta es: ¿Qué transmites tú por este espacio que Dios te ha regalado? ¿Aprovechas este espacio para compartir con los demás temas de verdadero interés o simplemente pasas el tiempo conectado al Messenger o jugando en el facebook malgastando el tiempo en meras conversaciones de cómo te ves en la fiesta, o del chico o chica que te gustan y entre tantas otras conversaciones que cuando te das cuenta te dejan con una sensación de vacío?

El uso no es lo que está mal, lo que está mal es el abuso, el pasar más de la mitad del tiempo libre en vagancia cibernética. Bien podríamos aprovechar parte de ese tiempo para leer, investigar, compartir, conversar y hacer muchas cosas más transmitiendo ese alegría, esa esperanza, esa amistad, esa fraternidad que proviene de ese encuentro personal que tienes con el Señor Jesús.
No me refiero a que de manera alguna a crees un blog y empieces a publicar reflexiones, o a empezar a mandar cadenas de mails cristianas. A lo que me refiero es a empezar a aprovechar el ciberespacio; espacio de apostolado donde se puede y se debe compartir y transmitir al Señor Jesús que por intercesión de la Virgen María nos enseña a usar estas herramientas; estos Dones que Dios nos da confiadamente para transmitir a aquellos que igual que tú y yo necesitan de su Amor, de su paz, de su confianza, de su esperanza, de su Alegría, etc.

Qué bueno sería que más aplicaciones, páginas webs, blogs y demás cosas que se nos facilitan con el internet puedan ser puestas para el beneficio del pueblo de Dios que lo conformamos tú y yo y el mundo entero, que increíble sería incrementar en gran número todas estas iniciativas de transmitir a Dios para que al igual que tú otros se puedan encontrar con Él, que es Camino, Verdad y Vida para las almas.

miércoles, 24 de junio de 2009

¿Qué es el Amor?


Ahora se ve mucho en la televisión esas telenovelas que solo hablan de Amor, jóvenes que se enamoran de alguna chica o viceversa y la primera palabra que sale de sus bocas es “Te Amo”, vemos que ahora la gente se atrae más por su físico que por su personalidad, relaciones vía internet, relaciones idolatras que sí uno no está con la persona que quiere no puede vivir; que si alguien me quisiera de verdad obtendría todo lo que quiero, y una infinidad de maneras más de amar. Habría que entender un poco más profundamente todo lo que engloba el Amor.


Ahora algo es algo muy común en los jóvenes ver síntomas de un Amor rosa, egocéntrico, facilista, entre otros. Uno pensaría sin mucho esfuerzo que es algo que no cuesta vivir; una experiencia linda para pasar el momento, que es algo que si me cuesta lo dejo a un lado para no esforzarme tanto. Ahora ya no es la persona que se adecua a amar sino que es el amor quien se adecua a la persona casi como un complemento más que se puede tener, como una camiseta que si no me acomoda bien me la saco.


Nos han vendido tristemente con el pasar de los años una visión del amor totalmente falseada, un concepto errado en el cual es más importante mi propia felicidad, que yo me sienta bien; donde el amor es poder conocer al chico perfecto o chica perfecta y poder vivir feliz para siempre y no es así.


El Amor es algo notorio en la total entrega de uno mismo a otra persona y ¿Cómo suponer que esto es algo que no nos va a costar? Si este paso del YO al NOSOTROS es algo que verdaderamente nos exige demostrarnos transparentes, con nuestras falencias y nuestros dones; con todo nuestro ser hacia la otra persona. Apuesto que les ha pasado que cuando quieren a alguien están tranquilos, felices y cuando se pelean por cualquier razón con esa persona están tristes, necesitan saber que esa relación que se lleva se mantiene en pie, amando y es que el amor es algo que llevas dentro del corazón, como una huella impresa que no se borra; el amor es fundamental, lo necesitas para ser plenamente feliz porque estás hecho para Amar; algo en tu interior te impulsa a hacerlo, a vivir la caridad así sea con tu novia o novio o con tus amigos o amigas o con las personas necesitadas también. Queda claro que el verdadero sentido del Amor es la entrega desinteresada hacia todas las personas que te rodean. Los elogios, los consuelos, los favores que muchas veces cuestan, la actitud alegre, comprensiva, entre tantos otros ejemplos más; son gestos caritativos, gestos de Amor.


Sería entonces bueno poner nuestros ojos en la Virgen María, Ella es ejemplo claro de una persona que vivió toda su vida amando a los demás; como si la vida de los demás fuera su vida misma. Ella vivió una inmensidad de momentos de alegría y también de dolor, su personalidad reflejaba eso. En diversos pasajes de las Escrituras podemos comprobar cómo de la Virgen brotaban gestos de Amor, de infinita caridad, no solo con Jesús sino con todos los hombres y mujeres que con ella vivieron. Ella es Madre maestra, nos educa en la vivencia del amor ya sea con nuestra novia o novio, con nuestros amigos o amigas, con nuestros padres, etc. Pidámosle entonces sin cansancio que nos ayude a amar, que nos enseñe con su instrucción maternal a vivir el amor en todos los momentos de nuestra vida.

jueves, 11 de junio de 2009

La alegría en la vida cristiana


La alegría y su papel fundamental en la vida cristiana
La vida cristiana y la alegría son dos realidades íntimamente unidas.
San Pablo en su carta a los Gálatas es bastante firme al decir que “el fruto del Espíritu es la alegría”[1]. Sin embargo, esta alegría debe ser personalizada y adherida a la mismidad del hombre, haciendo de ella una cualidad de la vida cotidiana.

La alegría verdaderamente refleja a Jesucristo, y es verdaderamente el arma letal del cristiano. Puesto que con ella se aleja al demonio y sus amarguras, hace frente al mundo que es contrario a una alegría sobria y verdadera y en cierta forma más importante aún, refleja de manera completamente clara la experiencia interior de haberse encontrado con la Persona de Jesucristo, que es el Autor de toda alegría.
Siguiendo ésta carta de San Pablo a los Gálatas, no es solamente que la alegría es el fruto del Espíritu, sino que, es ésta necesaria para combatir las pasiones y apetitos desordenados[2].
Justamente por esto, la exhortación de San Pablo es a vivir según el Espíritu.

Dentro de los distintos papeles que juega la alegría en la vida cristiana, tenemos como fundamental la apertura que le da al espíritu todo, para poder darse a los demás de una manera más pura y sencilla, debido a que la alegría desecha inmediatamente todo fruto de cualquier complejo del hombre, no con ello queriendo decir que lo hace desaparecer, puesto que eso sería una pseudo-alegría que nos llevaría a una fuga constante de la realidad.

Vivir la fe con tristeza y abatimiento
Quien vive su fe con tristeza y abatimiento, no ha comprendido el núcleo del mensaje del Señor Jesús[3]. Y es que, más allá de demostrar una falta de interiorización en el Misterio de las virtudes, evoca un posible daño que sabiamente advertía San Ignacio de Loyola al decir que “el demonio es el eternamente triste”[4].
Evoca un daño digo, debido a que siendo él el eternamente triste, la tristeza denota su presencia, puesto que sin irnos a un plano escrupuloso, debemos también profundizar en las realidad sobrenatural que vivimos constantemente como cristianos en la batalla espiritual.

Más allá de una inmediata molestia, que es la amargura, debemos centrarnos en el carácter difusivo de esta tristeza o abatimiento, que sin esperarlo mucho tiempo, va comunicando su estado a cuanto ser posa su mirada, generando no ya un ambiente de comunión, sino que una barrera para que se dé el mismo. Dando pie incluso a las conversaciones ásperas y el desgano por todo aquello que se considere espiritual.

En cuanto al apostolado, un anuncio apagado y triste, reflejado en actos, gestos e incluso en el hablar, no solo que se hace notar, sino que, desvirtúa por completo la esencia del mensaje cristiano transmitiendo ya no al Señor Jesús, sino la propia incoherencia de no vivir lo que se profesa, o -en casos en que el pecado se ve más enraizado por la fragilidad de la persona- que no se profese lo que se viva, que sería en cuestión una tristeza de otro grado.

Una alegría que nada ni nadie puede arrebatar
De esa manera lo manifiesta el Apóstol Juan[5], para referirse a la alegría que nos trae el Salvador a nuestras vidas, no ya como criaturas de Dios, sino como hijos en el Hijo.
Y es que verdaderamente es falsa la alegría de quien se aparta de Dios[6], porque ya no encuentra su fundamento en Dios, sino que intenta encontrar su razón en sucedáneos o peor aún en el mismo hombre.

De manera concreta una de las mejores formas de aprovechar y atesorar esta alegría para así vivirla es sin duda el volver a las raíces del hermoso árbol de la conversión.
El no vivir esta alegría nos hace necesarias las preguntas fundamentales como lo son:
¿por qué opté por esta vida? ¿Por qué quiero ser santo? ¿Por qué es ésta la verdadera vida?
Preguntas que pueden y deben tocar las fibras del corazón hasta encontrar la única Verdad que nos hace lo que somos, hijos de Dios.
Habiendo experimentado este encuentro verdadero –que sin duda puede experimentarse cada día- abre las puertas a ésta alegría verdadera que no puede ser arrebatada por nadie ni nada, puesto que es una alegría Divina que es concedida a aquellos que con humildad la reciben como el don que es[7].

María, la primera en experimentar la alegría de la vida cristiana
Siguiendo esta línea de ser hijos en el Hijo es necesario profundizar en el saludo dirigido por el Ángel a la Virgen de Nazaret: “Alégrate, llena de gracia…”[8]
Una alegría que traspasa todo sentir humano, puesto que está cargada de Dios, convirtiendo así esta alegría en una alegría mesiánica.
De esto goza la primera cristiana de este mundo, la Virgen Madre.
Sin duda éste saludo no solo confirma que la alegría es un don de Dios, sino que, reafirma la veracidad de ésta misma alegría frente a los placeres efímeros del mundo.

Cargada toda Ella, de ésta alegría mesiánica, va presurosa al encuentro con su prima Isabel, portando al Verbo Encarnado en el Primer Sagrario que es su vientre.
Es justamente éste “salir al encuentro”, el que debemos imitar de la Madre. Fijándonos cuidadosamente en las maravillas que obra esta alegría recibida de manos del Ángel de Dios en la Anunciación-Encarnación.
Nosotros que fuimos concebidos bajo el influjo del mismo Espíritu[9] y reconciliados –además- con el Padre, por el Hijo que nos dio a la Virgen como Madre[10], debemos ser antorchas vivas del Evangelio que habiendo profundizado este “salir al encuentro”, podamos anunciar en primera persona la alegría de la vida cristiana, la alegría del Señor Jesús.
Teniendo en cuenta que el contexto bajo el cual se dio la escena entre María y su prima Isabel no fue otro que, el darse cuenta de la necesidad de su prima, de ver al Mesías y hacerla participar de esa misma alegría de la que Ella estaba llena.

De esta misma forma, nosotros debemos hacer participar a los demás de ésta alegría, de una forma encarnada y personalizante, para así seguir el ejemplo de tantos que han dado su vida por ésta Alegría, y convertirnos así en “apóstoles de la alegría”.


[1] Gálatas 5, 22

[2] Gálatas 5, 17

[3] CHD 22

[4] Reglas para el discernimiento de los espíritus. Pág. 29

[5] Juan 16, 22

[6] Proverbios 14, 12-13

[7] Salmos 4, 8

[8] Lucas 1, 28

[9] Lucas 1, 35

[10] Juan 19, 26

sábado, 6 de junio de 2009

El silencio

Hay que saber hablar

Muchas veces nos pasa que estamos con varias personas y decimos cosas imprudentes o que no vienen por nada al caso de lo que se habla. Descubrimos que en ciertas ocasiones nuestra boca reacciona más rápido que el freno que le podamos tener, pensamos una cosa y decimos otra totalmente adornada muy distinta a como se pensó.

Hay una frase que me llama mucho la atención que dice “habla cuando quieras y quiere cuando debas”. Ya Germán Doig hablaba del silencio como una virtud mediadora de un amplio sistema de virtudes[1] y como toda virtud debemos empezarla como un hábito, hay que acostumbrarnos al silencio, acostumbrarnos a pensar siempre antes de hablar en que si el momento lo amerita, si la persona con la que estoy lo necesita, etc. Saber cuándo decir algo y cuando no, nos puede ayudar mucho a prestar más atención a la realidad en la que estamos en algún momento. El silencio bien trabajado nos acerca cada vez más a la virtud de la prudencia que es sino una de las más importantes virtudes sociales.

El silencio: una virtud necesaria.

Vivir el silencio no es sino vivir una constante lucha conmigo mismo por callarme, por silenciar todo aquello que no me lleva al alcance de la virtud que deseo. El mundo de hoy vive cada vez más rápido, ahora todo es ruido tras ruido. Y el ser humano se encuentra contrario a la corriente en este mundo pues tiene un hambre de ese silencio pacífico, que me ayuda a conocerme.
No sé si te has puesto a pensar ¿Cuántas veces al día tienes aunque sea un rato de silencio? Un rato para entrar contigo mismo y conocerte. La triste realidad en todo esto es que el hombre actual se ha acostumbrado al ruido y el silencio es algo que le incomoda porque tiene miedo de lo que pueda descubrir, tiene miedo de verse a sí mismo. Yo por mi parte soy un convencido de que la vivencia del silencio es una aventura fascinante y necesaria porque a través de él puedo ir viendo quién soy, que es lo que tengo para darle al mundo, que puedo cambiar, etc. El silencio bien ejercido genera un estado de una inexplicable paz interior que es lo que motiva al hombre a buscarlo, a salir de sus esquemas aturdidores y estar en paz; es por esto que tenemos hambre de silencio.

El silencio: medio de comunicación con Dios.

Repasando un poco sobre lo anterior vemos como el silencio, virtud concatenada a la prudencia, me ayuda a conocerme más profundamente, pero ¿qué es lo que me genera este inexplicable estado de paz interior?, ¿Por qué me siento cómodo haciendo silencio? Y es que el silencio es como un puente colgante entre el alma y Dios[2]. A través del silencio al ser humano le es posible escuchar la voz de Dios que le va hablando, Él es quien le revela quien es el hombre y quien debe ser a través del silencio.

Como toda virtud el silencio, no es algo que se pueda lograr de un día para otro, probablemente sea algo que nos tome toda la vida, pero como se dijo anteriormente es estrictamente necesario. La vivencia del silencio es un constante ejercitar de la propia voluntad de poder adecuarse al mismo, es poner de todas las facultades que se poseen para ejercitarnos no solo en callar sino también en saber escuchar. Si a ti se te dificulta muchas veces escuchar es claro de que no estás trabajando muy en serio por hacer silencio. Hay que saber escuchar lo que pasa a nuestro alrededor, ya que al escuchar con quietud, podrás saber y entender que se dice[3]. Dios siempre nos está hablando, tocando a nuestras puertas[4] pero si no hacemos de nuestra parte para escuchar realmente lo que dice, no lo que queremos escuchar probablemente lo tengamos afuera en el frio silencio durante mucho.

A través del silencio cotidiano saber escuchar a Dios en los demás.

El fruto de nuestro ejercicio en esta necesidad ha de desembocar en el uso del mismo para con los demás. Dios siempre nos habla y a veces hasta se vale de personas cercanas o incluso lejanas a nosotros para decirnos algo. Toda manifestación que demuestra el hombre es una señal de su necesidad de Dios y al estar atentos a lo que nos circunda poco a poco seremos más conscientes de la presencia de Dios en nuestras vidas.
La conquista de este silencio, te ha de llevar a poner todo a tu alcance para enseñarlo también a los demás, a transmitir la gran aventura que esto supone y también para que a partir de nuestro propio encuentro con Dios en el silencio, podamos salir al encuentro de los demás ofreciendo todo lo que hagamos Él, buscando con actitud silente transmitir la buena nueva a todas las personas de nuestro día a día.


[1] Germán Doig Kingle, el silencio una pedagogía de la voluntad, pg. 16
[2] Germán Doig Kingle, el silencio una pedagogía de la voluntad, Pg. 24
[3] Watchman nee, El carácter del obrero de Dios, pg. 10
[4] Ver Ap. 3, 20