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Testigos de la Luz

lunes, 22 de marzo de 2010

El desarrollo y la conversión

Temprano en la mañana del 24 de Abril del año 2005 el ya para entonces Papa Benedicto XVI pronunciaba con ardorosa esperanza a los jóvenes una sentencia que marca el inicio de un incansable trabajo para hacer que este mundo hodierno regrese su mirada al único Dios y salvador del mundo.

Decía: «¡No tengáis miedo de Cristo!, Él no quita nada y lo da todo. Quién se da a Él recibe el ciento por uno.» con esta alentadora lección fruto de toda una experiencia de vida el Papa nos abre a un horizonte nuevo en la vida de la Iglesia. Un horizonte de reconciliación, conversión y a adhesión al Señor.

En este tiempo cuaresmal es propicio recordarnos de manera apremiante, frente a los múltiples desafíos deshumanizantes que se nos plantean en el mundo de hoy, que la Iglesia necesita siempre ese deseo de conversión y adhesión a la Cruz. El embate necesario que se debe dar para luchar contra un mundo cada día menos humano es la batalla de la Cruz, la batalla por la Verdad.

Al experimentar un sincera conversión del corazón, el ser humano experimenta el alivio de la libertad y la intimidad de la comunión con lo más profundo de su ser. Así el hombre se renueva cotidianamente tomando fuerzas de la Cruz de la Vida para poder dar afrenta a tantos sucesos que hoy atemorizan -con signos de muerte y deshumanización- a los hombres y mujeres de la sociedad global.

La reconciliación que nos gana el Señor Jesús en la cruz, nos devuelve gratuitamente la filiación Divina con el Padre. Él muriendo en la Cruz nos abre las puertas de la Ciudad Eterna y siembra en nosotros un renovado espíritu de conversión.
Este espíritu de conversión lo experimentamos constantemente en nuestro siempre presente dinamismo de permanencia, que nos invita sin cesar a que, experimentando una necesidad trascendente insaciable, retornemos nuestra mirada al Señor; que siendo el Ser por excelencia es el único que puede saciar esta sed de infinito que constatamos a medida que experimentamos en mayor intensidad esta necesidad de conversión cotidiana.

Las diversas expresiones anti-humanas que se ven por doquier en nuestros días, son una señal latiente que reclama de todos los hombres un renovado espíritu de acción en pro de un verdadero desarrollo de lo humano “para transformar -como reclamaba desde su tiempo el Papa Pablo VI- este mundo de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”. El verdadero desarrollo que se proyecta al bien del hombre completo, es decir, el desarrollo humano integral que reclama el mundo de hoy tiene sus raíces en el espíritu de conversión y reconciliación de cada uno de nosotros. Nadie da lo que no tiene y el cambio no se da meramente por la acción de las diversas instituciones privadas o públicas que apuntan a ello. Toda la responsabilidad por el cambio que se requiere recae totalmente en el hombre y en su libertad.

Solo Dios que creo al hombre «a su imagen y semejanza» conoce realmente el interior de su ser y lo que lo realiza, por tanto, un desarrollo que deje de lado a Dios de la vida social de los hombres, es un desarrollo que camina sin norte alguno a la autodestrucción del hombre. Cabe entonces solo mirar a Dios y desde esa mirada profunda y anhelante de Él puede el ser humano encaminar su rumbo a un verdadero desarrollo que lo plenifique en su totalidad.

lunes, 8 de marzo de 2010

En torno a Mt. 21, 33-45 -la parábola de los viñadores homicidas-


Creo que la historia del viñador y los trabajadores homicidas es una historia que poco a poco se plasma en las diversas ramificaciones de nuestra sociedad e incluso puede llegar a decirse lo mismo sobre el hombre y la mujer de hoy.


Esa tentación envidiosa del “seréis como dioses” se plasma en no pocas actitudes concretas de nuestra vida cotidiana. En la figura de los trabajadores vemos a ciertas figuras mundiales que absorbidos por esta tentación se afanan en cientifizar o tecnologizar al mundo para que poco a poco se valla olvidando a Dios de la realidad humana. No solo con el afán de adormecer las conciencias de esta realidad sino creando para su total eliminación sucedáneos sustitutos de aquella única Divinidad.

Vemos también, en la figura de los mártires que están apareciendo en creciente número alrededor del mundo –especialmente en el continente asiático y el sector del oeste de África- a los criados enviados por el viñador reiteradas veces para reclamar el fruto de la viña o en su defecto poner de sí para hacer a la plantación dar fruto abundante.


En el papel del heredero de la viña vemos presente a la persona del Señor Jesús Hijo único de Dios enviado por Él para nuestra salvación. En la parábola los trabajadores homicidas, sumidos en la envidia de que Él era el heredero, deciden matarle para poder adueñarse de la viña. Lo mismo que buscan hacer el demonio y sus seguidores para matarle y sumir en profundo pecado a este mundo. A Cristo lo mataron, lo crucificaron pero al ser Dios mismo no puede morir, con su muerte el compró por adelantado los frutos de la viña; con su sacrificio nos adquirió desde antes de nuestro nacimiento y desde entonces nos cuida con diligencia para que podamos ser un fruto agradable al Padre. Con su muerte Cristo vence a la muerte y al pecado y nos gana la salvación del Alma.


Podemos observar en todo esto que el mal se consume a sí mismo, pero el Amor; que es bien, prevalece ante todo. El mundo no está solo porque sí, sin explicación lógica alguna. El mundo está mal porque hace falta más bien. A mayor bien menor mal y solo puede alcanzar el hombre ese Sumo Bien en su realización por la santidad, es decir, en el alcance total de la plena filiación Divina; que es una fuerza de Bien realizante en la mismidad del hombre.


El bien y el mal no son realidades ocultas e inventadas por la moral de nuestros tiempos. Dios no es algo abstracto creado según la medida de cada persona. Dios es el Ser subsistente, Él existe y es real y se nos revela por Amor en la persona de la Santísima Trinidad, Él busca que todos demos frutos de Bien; que permanezcamos en su ser, que permanezcamos en el Amor. No como los trabajadores envidiosos que movidos por el mal se consumen en el odio y la tristeza y que buscan que nos alejemos totalmente de dar ese fruto agradable al viñador.