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Testigos de la Luz

lunes, 7 de mayo de 2012

La Escalera Espiritual - La Dirección de San Pedro


El marco de esta cita introductoria de la segunda carta del apóstol San Pedro está en las recomendaciones detalladas que deja a sus fieles –a manera de camino espiritual- para que estos se esfuercen con tenacidad y perseverancia.

La preocupación general por la que dicho camino espiritual se encuentra tan finamente detallado puede fácilmente radicar en el deseo del apóstol de estimular en sus fieles un verdadero deseo ardoroso por alcanzar la gracia y santidad. Denota de la característica en como expone el primer Papa este singular camino de santidad que la Sola Fides no es suficiente, que una fe «tan preciosa como la nuestra» hay que acogerla, interiorizarla, entenderla, vivirla, madurarla, etc., para que el fruto de esta fe tan preciosa sea abundante para la gloria de Dios. «Precisamente San Pedro reza para que la gracia y la paz se multipliquen en sus lectores, y los exhorta a seguir adelante, invitándolos a ser diligentes en el crecimiento y acentuando la necesidad de poner medios efectivos»[1]

La “dirección de San Pedro” como suele ser más comúnmente conocida en la Iglesia se desarrolla en el marco de once versículos (2da. Pe. 1, 5 -11) de los cuales podemos tomar como eje central la resolución de medios ascéticos que se concentran  entre los versículos del cinco al siete, en donde el apóstol invita a acoger un sistema de virtudes como un camino concreto para colaborar con el plan de Dios de que todos y cada uno de nosotros podamos alcanzar la santidad. «Vosotros, pues sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»[2]

No pocas espiritualidades en la Iglesia han visto en este “sistema de virtudes” un legado espiritual del apóstol y un medio concreto por el cual no solo se camina individualmente, sino que, a lo que cada cristiano lo aplica a su vida y se esfuerza por seguirlo a la vez que progresa en santidad y virtud, progresa con el también la Iglesia como cuerpo místico de Cristo que se purifica y santifica a medida que se ejercitan en la santidad su miembros.

Esta «fe preciosa» a la que nos remite San pedro debe ponerse por obra para que se haga concreta y produzca por ende el fruto que el Señor espera en cada uno de nosotros. El primer Pontífice era completamente consciente de esto y por eso dice «poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y elección. Obrando así, nunca caeréis»[3].  

Vemos como entonces la “dirección de San Pedro” o sistema de virtudes que el apóstol propone es verdaderamente un camino de santidad que nos lleva a la configuración plena con el Señor y nos alcanza para gloria de Dios la vida plena en la santidad de Vida.


[1] Pierce Kenneth B. La escalera Espiritual de San Pedro, Pg. 70, Fondo Editorial, Lima, 2010.
[2] Mt. 5, 48.
[3] 2da. Pe. 1, 10.

martes, 17 de abril de 2012

Hoy Señor te atiendo

Les compartimos un poema que nos mandó un agrupado hace algunos días; nos ha parecido oportuno publicarlo y compartirlo. la temática del poema se centra en la vocación y en el llamado que Dios hace a cada uno de nosotros a seguirlo de cerca desde la intimidad:

Hoy; Señor,
quisiera tan solo conversar,
dejar la palabrería,
hacer silencio...
Escucha; escucha bien,
viene el Señor que llama.

Quiero, Señor,
alejarme ahora del tedio y la rutina,
estas ahí..me escuchas
te siento...
A algo me llamas. lo sé, no hay dudas
escucho de cerca tu voz que me interpela,
como el agua en una grieta en mí penetras,
lo sé... cada día lo siento más.

¿Qué hay conmigo Señor?
¿Qué tengo yo? a la voz del poeta,
me invitas, me atraes
quieres ser uno conmigo,
-¿Quién soy yo señor?-
debe haber para todo esto un motivo,
alguna circunstancia,
algo en mí, Señor,
te llamo la atención...

Me tomas de la mano,
iluminas con tu luz,
mi interioridad revelas,
no te soy ajeno Señor...

Día a día me acrisolas; me forjas,
me haces ver el mundo como si de mí todo depende,
-mi corazón apunta doquier-
más una sola es la respuesta,
uno el camino selecto y una la luz que ilumina,
uno el sendero...

LLamas mi atención Señor,
te atiendo,
aquí estoy yo tu siervo,
sintiendote...
anhelando verte,
muriendo a mí por querer vivir contigo...

jueves, 5 de abril de 2012

"No me lavarás los pies jamás" - Meditaciones en Jueves Santo


Me pongo a pensar; Pedro,
en aquel momento en que el Señor,
te ofrecio lavar tus pies.
Entiendo tu postura, Si,
pero intento comprender tu respuesta...
El Señor toma tus pies con amor,
te mira como amigo,
cercano; confiado..

"No me lavarás los pies jamás",
respuesta fuerte,
orgullosa,
terca,
vacía y obstinada...
tanto que dijiste; Pedro,
para no decir nada....

Qué miedo habrás tenido,
como yo.. al escuchar al Señor decirte:
"No tendras parte conmigo",
tu vanagloria,
se volvio suelo de humildad,
no era la hora de airarse,
era la hora de aceptar...
de acoger, de contemplar...

no imagino yo,
¿Que habrás pensado al decir:
"hasta las manos y la cabeza"?
¿que sentimiento?
¿que vibración?, seguramente te dolió,
pero era la hora de la humildad...

Al principio, no supiste acoger,
no podías entender todo lo que pasaba entonces,
luego recordaste aquellas palabras de amor:
"lo que hago no lo entiendes ahora..."
Jesús habló a tu corazón
"...más tarde lo comprenderás"
fue entonces, solo entonces
que te abandonaste en Dios,
te confiaste a Él
fuiste más tú al estar con Él y aprender,
y entonces; Si, en ese momento
tu voluntad se vió afirmada,
tu firmeza confirmada,
tu corazón estaba firme a su lado...

martes, 27 de marzo de 2012

La Eucaristía y la Transfiguración del Señor


« ¡Qué bueno es estarse aquí Señor! Preparemos tres tiendas para pasar aquí la noche» Lc. 9, 33.

La experiencia de estar en vigilia junto al Señor sacramentado es fácilmente asociable a la de los discípulos cuando son llevados al monte a ver al Señor transfigurarse. La forma de Dios revela el misterio. También a nosotros hoy se nos muestra tal cual es. El Hijo del Padre se revela completo en el símbolo de su amor, y la acción de su gracia santificante –como entonces- nos hace turbarnos como aquellos apóstoles y caer también rendidos ante la belleza.

Así como entonces también hoy se da ese encuentro misterioso de Dios con sus ángeles, santos y profetas en donde el dialogo intimo y amoroso se refleja en derrame de virtudes para nosotros que jugamos en este encuentro el papel de los apóstoles. ¿Cómo no querer quedarse en este sosiego que nos da el espíritu? ¿En esta paz que nos da el Señor con su presencia real en el punto máximo de la expresión de su amor?

Contemplar la eucaristía, es contemplar un misterio grande. Ajeno a toda racionalización secular. Contemplarla es admirarse ante la belleza sencilla de Dios. Es toparse cara a cara; de corazón, con el misterio de la transfiguración de Jesús.
Ver a Dios cara a cara ¡cuánta admiración! Y hasta da algo de miedo al ver la propia finitud  ante tan grande regalo que Dios nos hace. Dios, nos permite ingresar –si así lo buscamos- a los misterios de Su corazón, nos permite escudriñar sus pensamientos, ver en el libro de su Plan de amor. ¿Qué Dios hace eso que no sea el nuestro? Nada hay más grande y misterioso que la trinidad ¿y que se deje palpar así de perceptible? ¡Es de locos! Y es que es precisamente eso lo que se expresa en el misterio de la eucaristía. La locura de Dios que por su amor se hace carne en el inmaculado vientre de una virgen y da Su vida; humana y divina, asido a una cruz para morir por una creatura contingente. El que es Amor, se hace mendigo del amor humano para nuestra salvación. Figura que esta tan bien expresada en la vigilia eucarística.

¿Qué actitud asumir, pues, ante tan inmedible gracia donada? La de María.
Su ejemplo de elocuente espera y contemplación ante el misterio, nos educa casi sin percibirlo en el dialogo eficaz para decir cuanto es justo y necesario y no caer en inútiles verborreas, para no caer en los llamados “silencios incómodos” fruto del desorden del corazón, para no apuntar a las aristas del amor que se derrama en dones del espíritu; sino más bien ir cada vez más a lo esencial.
De Ella podemos aprender a rumiar con inteligencia oblativa en los pensamientos de Dios. Nadie mejor que ella conoce verdaderamente a esa comunión trinitaria de amor que se revela en el pan eucarístico. Puede que su accionar en el encuentro pase desapercibido, pero al igual que Jesús, María no se expresa en el barullo, su voz se percibe clara en el silencio del alma; en la quietud del espíritu. La pureza no se ostenta por eso se acoge a un perfil bajo, al contrario de la impureza, esta no necesita del aplauso aprobatorio o del vituperio del mundo y por eso al percibirla más de cerca se derrama en don en abundancia.
María, modelo de espera y esperanza, que particularmente recordamos y meditamos en el sábado santo, nos muestra con claridad cómo debemos acercarnos al Señor presente verdaderamente en la eucaristía, la disposición, la apertura, la ternura, las palabras, todo nos lo enseña María. Su fin no es otro que acercarnos cada vez más a Jesús con esa pureza perfecta tan característica suya. Aprendamos de María a contemplar el Misterio de Dios.

miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Por qué hoy en día hablamos de cultura?


¿Por qué hoy en día hablamos de cultura? ¿Qué es en realidad para el hombre de nuestros tiempos la cultura? Para algunos es una palabra vaga que usan muchos que se autodefinen pensadores para poder tener algo que decir. Pero hay algo más de fondo en todo esto. Hoy surge un renovado interés por el hombre y su entorno; sobre la razón de su existencia. ¿Acaso la cultura es siempre nueva, acaso hay que constantemente reinventarla para situarla en los contextos actuales?

Muchos hoy hablan de cultura, aportan definiciones, aproximaciones y conocimientos sobre el tema. Pero ¿qué es la cultura? Hoy por hoy aparecen por doquier distintas interpretaciones y discursos elaborados sobre diversos aspectos de la cultura buscando situar al hombre desde lo temporal. Conceptos como cultura tecnológica, cultura espacial, cultura light, neo cultura; en fin, un centenar de conceptos que dejan al hombre en una sola perspectiva de su situación en el tiempo actual, definiciones que no le permiten comprender del todo en qué momento está viviendo o hacia dónde va, conceptos que muchas veces pierden de vista al hombre por ver solamente lo circunstancial.

El período de la ilustración aborda la problemática cultural como un plus añadido, adyacente al hombre y que se desarrolla en la medida en que progresa en conjunto con la interacción humana[1]. Desde esta perspectiva se ve a la cultura como un accesorio para hombre y en la mentalidad utilitarista de nuestros días no es de extrañar que este dominando en muchos casos la conciencia actual. La cultura es en sí misma expresión del hombre, «la cultura es un modo específico del existir y del ser del hombre»[2] nos decía el Papa viajero. Ahí, justamente donde está el hombre puede haber cultura y no puede existir la cultura si no se toma en consideración al hombre. Ahí encontramos el sustento de la verdadera cultura; donde se considera al hombre en todas sus dimensiones y de manera integral puede existir una correcta reflexión en torno a la cultura. No es difícil constatar como en nuestros días en más de una ocasión es el mismo hombre quien se deja de lado, se abstrae para reflexionar como espectador y no como protagonista. El utilitarismo muchas veces ha hecho que el hombre vea todo desde fuera y ya no contemple su ser, como si el fuese un agente más de la casualidad del mundo.

El hombre no está en crisis porque su cultura este en crisis, al contrario, la dinámica es completamente al revés –sin menos valorar el hecho de que una cultura en crisis puede influenciar en el hombre y su desarrollo agudizando aún más los efectos reductivos y destructores de su crisis personal-. En un ser humano que esté en crisis no puede haber una recta plasmación de cultura, porque el ser de ese hombre; de esos hombres, esta como averiado, dañado.

La persona hoy ha relegado a la verdad como una búsqueda sin sentido y se ha situado a sí mismo en una dimensión en donde solo busca satisfacer sus deseos egoístas, por ende la cultura –expresión del hombre- ha dejado de lado la búsqueda de la verdad y se ha precipitado en un proceso de crisis cultural en el sinsentido del nihilismo. Ante esta perspectiva de la situación humana y cultural, el evangelio ha sabido iluminar las reflexiones sobre la cultura y la cultura en sí misma. «Su dinámica evangelizadora busca al hombre en su entorno y no la estructura o el entorno por sí mismo»[3] el Card. Poupard nos explica como «el evangelio […] utiliza las expresiones culturales como vínculo para manifestarse»[4] y como es verdaderamente también una manera de hacer cultura completamente inherente al ser humano puesto que abarca en sí «todas las formas de relación del hombre con la realidad: el mundo, los demás hombres y Dios.»[5]

Atender al hombre desde su ser más profundo, es el camino para poder aproximarnos desde una recta visión a las consideraciones sobre la cultura y en las Sagradas Escrituras vemos al hombre desde lo que es y está llamado a ser y a hacer en medio del mundo. Es en Jesucristo que se revela al hombre que es el hombre y la grandeza a la que desde tiempos eternos ha estado llamado[6]. En Cristo podemos verdaderamente entender cómo abordar desde una visión cristiana los desafíos antropológicos y sociales de nuestra época.

Que el evangelio se haga vida en la cultura no es irrumpir en la mentalidad del hombre con una nueva metodología de vivir[7], «El contenido esencial de la evangelización no puede ser cambiado porque pertenece a la naturaleza misma de la misión de la Iglesia. Sin embargo, en el mensaje que la Iglesia anuncia existen otros múltiples elementos secundarios cuya presentación depende de las circunstancias cambiantes».[8] El interés por la cultura manifiesta en sí mismo un interés por el hombre; su ser y el sentido de su existencia. Hoy este interés sale a la luz, muy probablemente como un signo de nuestros tiempos que nos llama a redescubrir al hombre en su recta valoración. El debate sobre la cultura debe ser cada vez más un debate también sobre el hombre, su ser y el sentido de su existencia y como este se proyecta en su entorno en sus cuatro relaciones fundamentales; con Dios, con el mismo, con los demás y la creación.

«La comprensión de la cultura debe educarnos en humanidad; concretamente, cuál es el lugar apropiado que corresponde al hombre en el mundo, para responder a la búsqueda de bienestar y felicidad»[9]. Así, pues, la reflexión en torno al hombre debe llevar a redescubrir de manera siempre nueva los valores fundamentales del hombre y las particularidades de su ser, para poder expresar de manera correcta en medio del mundo un cultura del amor, de la solidaridad; una cultura de la vida y de la reconciliación que lleven al ser humano a la verdadera plenitud de su existencia en tanto pueda ser cada vez más aquello que debe ser en orden a como fue creado por Dios.


[1] Ver García Q. Alfredo. Evangelización de la cultura y desarrollo, Pg. 4, Vida y Espiritualidad nº27, Lima, 1992.
[2] S.S. Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, París, junio de 1980, 7.
[3] García Q. Alfredo. Evangelización de la cultura y desarrollo, Pg. 4, Vida y Espiritualidad nº27, Lima, 1992.
[4] Ver Poupard Card. Paul, “Evangelio y cultura en los umbrales del tercer milenio” Conferencia pronunciada en la Universidad “La Sapienza”, Roma, mayo de 1998. También en Vida y Espiritualidad nº43, Pg. 13. Lima, 1998.
[5] Poupard Card. Paul, “Evangelio y cultura en los umbrales del tercer milenio” Conferencia pronunciada en la Universidad “La Sapienza”, Roma, mayo de 1998. También en Vida y Espiritualidad nº43, Pg. 10. Lima, 1998.
[6] Ver GS, 22.
[7] Ver Gramsci. Invasión a la cultura, Editoriales Libertad, España, 1935.
[8] Ver  Evangelii nuntiandi, 25. Ver también Poupard Card. Paul, “Evangelio y cultura en los umbrales del tercer milenio” Conferencia pronunciada en la Universidad “La Sapienza”, Roma, mayo de 1998. También en Vida y Espiritualidad nº43, Pg. 17. Lima, 1998.
[9] Cardenal Joseph Ratzinger, Christ, Faith & Challenge of Cultures, Conferencia, Hong Kong, marzo de 1993.

miércoles, 7 de marzo de 2012

“Ayudarnos entre nosotros para ayudar a los demás”


Este es uno de los principales lemas del Movimiento de Vida cristiana y es a la vez una muestra irrefutable del espíritu de caridad en común que se vive igualmente en la Iglesia. Ahondar en el misterio de la caridad, es ahondar a su vez en el misterio del Amor. Dios es Amor.

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado»[1] nos dice San pablo. Así se abre ante nosotros la perspectiva del amor, no como un fruto de la acción del hombre, sino más bien como algo que nace más allá del propio hombre. Una perspectiva que deja entrever lo esencial de la naturaleza humana, su característica más honda y constitutiva. El hombre es un ser creado del amor para amar. La meta a la que todo ser humano se ve llamado desde lo profundo de su interior consiste en vivir a plenitud eso que es propio de su ser y de su naturaleza. En la encarnación del Verbo vemos explicitada esta verdad tan fundamental para el ser humano, «Cristo nuestro Señor […] manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»[2].

Ayudarnos entre nosotros…

«Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado»[3] dice Jesús -en lo que el evangelio de san Juan llama “las despedidas”- a sus discípulos. Cristo sabe que es el amor la fuente de la vida, que el hombre necesita amar y ser amado; que es en el amor donde todo ser humano se encuentra en una misteriosa y a la vez preciosísima comunión con la trinidad y por eso nos dice “amaos unos a otros”. La novedad –por así llamarlo- del amor humano recae en la donación de sí. Existe en el corazón de la persona una necesidad apremiante, muchas veces asfixiante de dar y compartir de lo que es suyo. A la vez ese donar de sí mismo que experimenta la persona es además saber acoger y recibir al otro que también se dona, comparte y se compromete a sí mismo por el acto de donarse[4]

El mandamiento del amor implica de fondo una corresponsabilidad espiritual que se hace concreta en los gestos del amor divino que la persona puede replicar entre quienes lo rodean. Los talentos y dones de cada uno no son para ser almacenados en estanterías de bodega ni para ser desperdiciados, sino para el eficaz despliegue del amor en coordenadas de servicio a los demás y ayuda solidaria para aquellos que más lo necesitan.

“nadie da lo que no tiene” solemos muchas veces decir. Pero ese dar de lo que se tiene no es solo lo que cada uno puede dar desde lo que es propiamente suyo, implica además cuanto se pueda acoger de los demás que lo rodean para el propio crecimiento y un mejor apostolado. “Ningún hombre es una isla” es el título del famoso libro de Thomas Merton y es verdaderamente cierto, lo seres humanos llevamos en el corazón la impronta de la comunidad; somos seres de naturaleza relacional y no es producto de la casualidad o adaptación al ambiente –como podrían alegar no pocos racionalistas modernos o también algunos fanáticos del evolucionismo- sino más bien es el amor que constituye el ser del hombre que es en sí mismo comunión y que invita a quien se deja tocar por el amor a amar.

…para ayudar a los demás

«Ser solidario es ayudar a llevar las cargas de los demás, en especial las de aquellos que más sufren y que se encuentran más necesitados, de los pobres de bienes materiales y de los carentes de bienes del espíritu»[5]. Como veníamos diciendo el amor es una fuerza expansiva, el hombre no puede contenerlo dentro de sí y no compartirlo; su fuerza es tan grande que invita a quien lo vive a expresarlo a otros en formas concretas de ayuda solidaria y humana.

Una cultura de la solidaridad fraterna, expresión de esa comunión de amor entre los seres humanos, conlleva la plasmación social de ese espíritu «que ha sido derramado en nuestros corazones»[6] Dios toma la iniciativa de invitarnos a vivir el amor con la firme esperanza de que podamos también nosotros reproducirlo desde nuestras realidades concretas; cada uno desde su propia vocación particular.  Esa caridad social a la que nos vemos también invitados por el amor conlleva «un esfuerzo consciente y decidido por trabajar en beneficio del auténtico desarrollo de la persona humana, pasando de condiciones menos humanas de vida a condiciones más humanas»[7].

El amor es una fuerza difusiva en sí misma y en la medida en que más podamos acoger al amor y a la reconciliación que ello conlleva en la vida de cada persona nos veremos al mismo tiempo mayormente capacitados para amar intensivamente y cada vez en maneras más diversas y abarcables a Dios, a nosotros mismos, a nuestros hermanos y a la creación toda.


[1] Ver Rm. 5,5
[2] GS. 22
[3] Jn. 15, 12
[4] Ver Figari, Luis Fernando. “Catequesis sobre el Amor” en Formación y Misión, Pg. 17. Vida y Espiritualidad, Lima, 2008.
[5] Figari, Luis Fernando. “Santa María portadora de la Buena Nueva” en Haced lo que Él os diga. Pg. 191. Instituto de Desarrollo Integral de la Persona, Santiago de Guayaquil. 2009
[6] Ver Rm. 5, 5.
[7] Regal V., Eduardo. La ética cristiana, camino de la vida personal y social. Pg. 31. Vida y Espiritualidad. Lima. 2009.

miércoles, 15 de febrero de 2012

“Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolado hechos oración”

La oración es ese camino de dialogo con Dios, esa «cadena de oro fino» que une verdaderamente a Dios con los hombres. No por nada nos dice el Señor «cuando dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos».

Son innumerables la cantidad de sectas y movimientos que hoy profundizan en técnicas meditacionales, caminos de relajación –o de encuentro como los llaman también- desde las más arcaicas hasta exóticas en su fondo y forma. El florecimiento de estos “novedosos caminos actuales” nos habla de la profunda necesidad del hombre de encontrarse con Dios, nos hablan de su profunda hambre de más; de su nostalgia de infinito. Todo esto si lo contrastamos con la cultura de lo superficial que hoy se encuentra en todos lados; nos habla. El hombre tiene necesidad de Dios, le es natural esa tensión a Él y lo reconoce y lo busca.

«El dialogo con Dios se enraíza en la naturaleza misma del ser humano, en su anhelo de encuentro pleno» por esto se puede afirmar –como nos dice Luis Fernando Figari- que  «la oración responde a la intranquilidad que hay en el corazón del hombre […] le es esencial». Es el mismo Señor el que nos invita constantemente a velar y orar. «Orad siempre sin desfallecer».

Nuestra oración es esa respuesta a la respuesta que Dios nos ha dado queriéndose acercar a nosotros. Es la respuesta a nuestra identidad, el contacto con nuestro interior nos lleva siempre al contacto directo con Dios pues al participar de su ser nos ha dado la capacidad de compartir con Él toda nuestra vida.

Cuando hablamos de oración para la vida y el apostolado hablamos de que esa oración ganada a fuerza de momentos de encuentro con Dios debe iluminar toda nuestra vida, todas nuestras acciones.  Todo en nosotros debe reflejar aquella respuesta de la que hablamos, ante esto María es un clarísimo ejemplo, su respuesta fiel en el “fiat” fue un momento de oración que ilumino toda su realidad y todas sus acciones cotidianas, no por nada muchos maestros espirituales la llaman “maestra de oración”. Así como María si nosotros pudiéramos hacer que toda nuestra vida sea respuesta al Plan de Dios, haríamos que cada cosa del día fuera en sí misma oración. Una oración continua. Es donde entramos en que la vida y el apostolado son hechos oración.

Juan Pablo II dirá que «Jesús de Nazaret oraba todo el tiempo sin desfallecer; la oración era la vida de su alma y toda su vida era oración».  En el modelo de Jesús encontramos «un perfecto ejemplo de cómo se deben unir estas dos realidades; la constante comunión con el Padre y la vida intensamente activa».
Sin esta unidad se corre el profundo riesgo de la desorientación, de las lamentaciones. San Juan Berchmans dice que «toda apostasía en la religión tiene su origen en la falta de oración» y con razón lo dice pues el que deja de rezar pierde el horizonte, descarrea del camino, poco a poco, cada vez más.  Caer en activismos no es nunca la respuesta, ser apóstoles supone que seamos además de hombres de acción, hombres de oración.

Aspirar a que toda nuestra vida y nuestro apostolado sean oración supone la concatenación, la unión, de esos momentos fuertes de oración en donde dialogamos como amigos con Dios y la consagración cotidiana de todas nuestras actividades, gestos, palabras y pensamientos a Dios que es donde nos encontramos con Él como ese Dios cercano que busca acercarse a nosotros.  Así «Todo acto es oración si es don de sí para llegar a ser» nos dice Saint-Exupèry. Esto por supuesto constituye todo un programa de vida. Un vivir cada vez más comprometidamente una “espiritualidad de lo cotidiano” que a medida que la practicamos nos va asemejando al Señor, nos va conformando a Él “modelo del hombre nuevo” haciendo que toda nuestra existencia se despliegue «en una vida santa y en un apostolado fecundo».

lunes, 6 de febrero de 2012

Celibato - invitación y respuesta


El tema del celibato, es un tema que realmente cuestiona bastante. Cuestiona el origen de la capacidad de esa renuncia a lo que para el mundo es algo muy normal; el tener una familia. Pensar en darle toda tu vida a Dios, es algo que ciertamente te cambia la manera de pensar y de vivir. Ahora hay que tomar una decisión radical.
« ¿Será bueno el celibato para mí? ¿Sería capaz de vivir el celibato durante toda mi vida?»[1] Si bien es cierto hay luces abundantes para discernir una posible vocación, en especial ahora, en la juventud, pero no por eso faltan los momentos de pequeñas crisis.

Si, es cierto que existe la visión de que para ser sacerdote o consagrado había que renunciar a que me gusten las chicas para siempre y que tenía que encerrarme en una parroquia o en algún monasterio en medio del bosque. El tiempo, la formación y la conversión , dejarse tocar por ese extraño ideal de vivir la vida como Cristo en comunidad; ahí es cuando el tema del celibato deja de ser una renuncia oscurantista y en esos términos antinatural, porque no me van a dejar de gustar las chicas y porque ser consagrado no va a ser encerrarme en una parroquia o comunidad, etc.

Siguiendo la línea misma del Santo padre, el celibato no es una renuncia, es una opción por la plenitud personal de la vida, es una respuesta a esa respuesta de Dios que me ofrece vivir plenamente disponible para el Amor. Luego, el celibato, no me quita mi libertad. Al ser una opción que Dios me da, optar por él, con Amor, es una opción por la más grande libertad que se pueda experimentar, la libertad del amor. El celibato no es arrebatarme de mi naturalidad para estar en el Amor de Dios, más bien, es una donación amorosa que responde a esa invitación al amor universal. No es algo que viene con el combo de la vida consagrada, que si “esto” entonces “esto”. Todo es cuestión de Fe, «contemplar la fe como la única fuerza en la vida»[2].  Solo en el abandono total en la fe como María y por amor a ese Plan que Dios me ofrece puedo entender el celibato y su dinámica testimonial de mostrar al mundo el Reino de los Cielos para su edificación en la tierra.

El celibato, no es un mero instrumento funcional en el despliegue amoroso de la persona. El celibato más bien es la columna, la fuente de la vida del consagrado. El celibato por el reino es la señal ante el mundo y ante Dios de la medida del Amor por la que ha optado la persona. Este (el celibato) configura todo su ser (el de la persona) en función de ese amor participativo del infinito amor de Cristo.
El celibato no es algo accesorio ni parte del kit. Nutrido del amor que mueve a la persona a ese estado de vida «representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo»[3]

Para mi vivir el celibato, es vivir como el Señor Jesús que fue indudablemente célibe. Es optar como Él por el más grande amor; el Amor que viene de Dios. Para mí el celibato no te hace menos hombre como no pocas veces escucho, en cambio, creo que te hace más hombre, no por ser “un bacán que se las aguanta todas” sino porque te da una capacidad de amar que desafía a la mente humana, que la rebasa por largo. Un amor que va más allá de lo mero carnal, que penetra al fondo del corazón y saca a la luz la santa dignidad de la vida humana. Un amor que da total sentido a las necesidades de la persona de amar y ser amadas y valorarse y ser valoradas.

Entonces, el celibato es una opción amorosa por un amor más grande, es intima unión con Dios. Mediante el celibato, muestra y «testimonia la incondicionalidad del amor que impulsa a perder la propia vida como respuesta a la sobreabundancia de amor del Señor que nos ‘primereó’ dando su vida por nosotros» [4]

Ser célibe es tan posible como lo es ser santo hoy. Aunque sea difícil no tengo dudas de ello, es más si me fuera fácil habría que preocuparse por entender su verdadero sentido en la vida de cada uno. No es ser célibe porque me pueda aguantar las ganas de que me guste una chica por el ideal de seguir más de cerca a Cristo. Opto por el celibato porque el Amor que siento dentro de mí que arde por amar infinitamente me impulsa a optar por ese celibato por el Reino, por ese celibato por el mundo, porque el mundo sí necesita de hombres que se entreguen a Dios porque hubo un Dios que así mismo se entrego por los hombres.


[1] Orar, Benedicto XVI, pg. 77. , ediciones planeta testimonio.
[2] Orar, Benedicto XVI, pg. 309. , ediciones planeta testimonio.
[3] Orar, Benedicto XVI, pg. 77. , ediciones planeta testimonio.
[4] Bergoglio Card. Jorge, Homilía del 11 de Agosto, Buenos Aires, Argentina.

jueves, 2 de febrero de 2012

Ser emevecista – camino de santidad:



Para poder hablar sobre la identidad emevecista tendría que empezar por mi identidad emevecista y tendría que ver mi corazón al fondo y no puedo hacerlo sin Dios porque nadie me conoce mas a fondo, a través de la oración.

Lo primero.- ¿Qué es ser emevecista?
Los estatutos del mvc dicen así: “son miembros del mvc –emevecistas- todos aquellos católicos, clérigos, consagrados o laicos, que se vinculan por la participación activa en las diferentes asociaciones o áreas apostólicas del mvc” el libro MVC ¿Qué ES? Dice: “su identidad esta signada por su eclesialidad y por su vocación al apostolado, que marcan la vida y el compromiso de sus integrantes.”
Creo que los estatutos definen claramente lo que es ser emevecista, creo que el libro “mvc ¿Qué es?” también nos aporta un definición sencilla y consisa de que cosa es ser emevecista, de que cosas mueven a un emevecista a seguir siendolo siempre. Pero personalmente pienso que muchas veces las definiciones pueden quedar un poco cortas, o no explicar del todo ¿Qué es de fondo ser emevecista?  Recuerdo una vez que me preguntaron si puede haber alguien en el mvc que no sea emevecista y recuerdo que respondi que si, porque efectivamente puede pasar.  Puede pasar que alla una persona que valla a todos los rosarios, a los servicios, agrupación, comidas, salidas, viajes, jornadas, etc. Etc. Que personalmente de fondo no sea emevecista. Si,  puede ser un gran católico pero no se si emevecista, puede sonar un poco duro pero podría pasar.

Quisiera enfocarme en el tema de la identidad y quisiera tomar dos elementos del “mvc ¿que es?” la vocación al apostolado y la eclesialidad. Creo que se puede armar toda una jornada para reflexionar sobre esto, ahora solo me limitaré a ahondar un poco desde mi propia experiencia en estos puntos.  Siempre le pregunte a Dios ¿Por qué el mvc?, podía ser cualquier grupo, cualquier movimiento, cualquier parroquia o incluso ninguna de ellas, pero Él escogió el mvc; no yo. Lo escogió Él. En su providencia hizo que un agrupado me haga apostolado, hizo que ese agrupado me invitara a un convivio y que yo accediera, hizo que una agrupación me motivara a vincularme a un servicio, hizo que animara en un convivio, e hizo muchísimas cosas así. Yo personalmente a medida en que me sentía de fondo a gusto, en que veía en mi algo distinto, un yo cada vez más yo, simplemente respondia a lo que se me pedia en su momento. Respondia porque era consciente de que me hacia bien, de que estaba cambiando, que todo mi ser se entendía perfectamente con lo que estaba viviendo y como lo estaba viviendo.

Todo mi ser iba configurándose a esta realidad que me apelaba desde lo interior, era la sensación de ir armando un rompecabezas de mi vida y que las piezas efectivamente iban calzando. Por primera vez, creo yo, mucho de lo que sentía, de lo que yo vivía por dentro, iba cobrando un sentido que al principio me resultaba novedoso, atrayente, atractivo y que hoy descubro que ese sentido siempre estuvo en mi. Dios lo deposito en mi desde siempre. Es como si Él me hubiese dicho: “tu vida calza perfectamente con esta familia de la Iglesia. Estas llamado a pertenecer a la iglesia, aquí; en el mvc”.  Y es que es verdad, así es, no me veo en lazos, no me veo en schoensttat, ni en procare, ni en los focolares, ni los neocatecumentales, en ninguno de esos y no porque sean menos o otra cosa, no. Simplemente es como si todo en mi hubiera sido pensado para encajar de fondo en el mvc. Y hay algunos rasgos que puedo decir, encajan perfectamente: el ardor apostolico, la piedad filial a María, el espíritu de reconciliación, la espiritualidad en la vida cotidiana, la vida de oración, en fin infinidad de cosas que al verlas reflejadas en el mvc digo: “gracias Señor, estoy en casa”

Hablar de identidad es hablar del sello más profundo que tiene mi corazón, es hablar de lo que marca o delimita lo que hago, lo que pienso, lo que escribo, etc. Lo marca todo, lo dice el “mvc que es”: “identidad…que marcan la vida y el compromiso de sus integrantes” y es real. Y no encuentro o no pienso que haya mejor manera de entenderlo o de reflejarlo si no es en mi propia vida, en el apostolado que hago, en la agrupación que dirijo, en el servicio al que estoy vinculado, en mi trabajo, en mi universidad, en mi amistades, en todo, en todo veo los rasgos del mvc que también hay en mí.  porque estamos hablando de mi identidad, de tu identidad, la identidad que suscito el Espíritu en Luis Fernando y en la primera generación del Sodalitium o de la familia sodalite más propiamente con los sacerdotes y matrimonios que se vinculaban, porque entonces veian en la espiritualidad algo que les respondia también a ellos, en su modo de ser, en su modo de vivir y plasmar la fe, la caridad y la esperanza. Muchos de ellos siguen con nosotros todavía hoy en los diversos países donde estamos y son el testimonio fiel de lo que es ser emevecista y de lo que es transformar el mundo para Dios como un emevecista.

Lo segundo.- Un camino de santidad:
Hablar de la identidad emevecista no es algo sencillo, de hecho creo que hay muchas cosas que he dejado fuera para entender mejor lo que es. Podría citar muchos libros, comentarios de otras personas, otros testimonios; en fin. Creo que he podido centrarme en ahondar desde mi interior en lo que es. Un camino de santidad. Y eso es estar en el mvc, estar en un camino de santidad. En el camino por excelencia que el Señor ha puesto para que yo sea santo. Porque mi identidad tiene características tan propias que no puede caber en cualquier lugar. Su concreción, su hacerse vida en la historia solo puede hacerse a través de un camino particular que hoy descubro que está en ser emevecista.

Luis Fernando dice que “vivir cotidianamente en Cristo y según Él, es el camino a la santidad” quisiera valerme de esta frase para explicar como el movimiento es un camino de santidad, con características muy particulares y como el ser emevecista conlleva un constante caminar hacia la santidad de vida.
Quisiera poder hablar de una definición muy sencilla, pero muy bonita que leí en internet de lo que es ser santo: “ser santo es ser amigo de Jesús”.  y de alguna manera así también lo entendemos en el Movimiento.  Porque como dice un sodálite; Ignacio Blanco en el libro “el camino de la santidad”: “hablar de la santidad es hablar de la meta que debe coronar todos nuestros esfuerzos COTIDIANOS”.  Y es que en eso cree fielmente el Movimiento; los emevecistas. En que yo diariamente con lo que hago, como lo hago puedo llegar a ser santo; a ser un intimo amigo de Jesús. El emevecista vive en la espera y en la esperanza cotidiana  de tratar de vivir como Jesús vivió y no de otra manera.

Ese tratar de ser como Jesús, tiene muchas facetas o caras a través de las cuales un emevecista va creciendo poco a poco en su amistad con Jesús. Una de ellas es el ardor apostólico. Algo que me pasa muy comúnmente hoy es mirar hacia atrás las cosas que he hecho o he vivido y me doy cuenta con frecuencia de que mi actitud es la de aquel que mira lo que ha vivido, lo agradece y no se arrepiente. Ahora al conversar con agrupados, amigos, amigas, etc. viéndome hacer apostolado, me entusiasmo como cuando a uno le regalan lo que tanto ha esperado. Es como si Dios en esos momentos me regalara el cielo y es que para mí que no hay mejor lugar para encontrarse con Dios que haciendo apostolado, que anunciándolo, que llevándolo a otros; porque eso es lo que quiere de mi, de ti. Una palabra, un gesto, un símbolo que acerque al Señor a otras personas y ese  es un medio; el medio por excelencia a través del cual un emevecista se hace santo, llevando a otros al Señor.

Otro elmento importantísimo es la piedad filial a Santa María. Tan propia de los emevecistas,  tan propia de la Iglesia. La Madre siempre ha tenido un lugar privilegiado en el corazón del mvc. Para nosotros ella es escuela de discipulado, de fe, de oración, de vida cristiana.  Y como emevecistas no podemos dejar de acercarnos a ella en todo momento, no podemos dejar de volver la mirada a su corazón. Nos nace decirle: “María ayúdame a ser como Jesús, ayúdame a acercarme a Él, enséñame a ser su amigo.” Para el emevecista, Ella es modelo de acogida y de fidelidad al Plan de Dios y nos lo enseña siempre con su generoso hágase que pronuncio a lo largo de toda su vida. Y es que de verdad, nadie me puede ayudar a acercarme a Jesús mejor que Su Madre, aquella que en el orden de la gracia, también es mi madre que me ama profundamente y que me va a ayudar a ser uno con Jesús como lo es ella. Solo quisiera terminar diciendo que la espiritualidad del movimiento es la espiritualidad de Maria, ese el camino por excelencia a través del cual un emevecista camina a la santidad cotidianamente siendo cada día más amigo de Jesús, viviendo en Jesús y con Él.