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Testigos de la Luz

domingo, 25 de abril de 2010

Consideraciones del servicio en la vida de María.

Siempre es oportuno poder reflexionar sobre el papel de la Madre en nuestra vida como cristianos; Ella ciertamente por su papel de Madre del Redentor nos descubre el camino de las gracias necesarias para Seguir al Señor en el proceso configurativo de la vida personal y del mundo con el Divino Plan del Padre para cada quien.

Su persona abierta a la Gracia, su ejemplo de vida orante y su plena disponibilidad para acoger con alegría el Plan del Padre nos enseñan incontables lecciones de vida cotidiana para nuestra propia respuesta al Plan de Dios. Ella desde siempre estuvo inmersa en la vida del Señor y de los apóstoles, vivía desde su cercanía con el Señor y la comunidad cristiana naciente esa dinámica eminentemente apostólica de aprender y enseñar. Como nos iluminan las citas “María acogía todo y lo meditaba en el corazón” y también en la visita a su prima Isabel “se levantó María y se fue con prontitud […] en casa de Zacarías y saludó a Isabel”.

El servicio para la Madre no era algo accesorio en su vida, sino más bien la fuente de su impulso, la caridad como fundamento y expresión del Amor Divino era su motivo. Ella respondiendo con fidelidad al Plan de Dios buscaba con todo su ser transmitir al mundo a través de cosas muy puntuales el Amor Divino en la tierra. Ella nos demuestra que el servicio comunitario en la vida del cristiano es dinámica irrenunciable para la vida de conformación con el Señor Jesús y es fundamental para el desarrollo del mundo según los Designios del Padre.
Todo en ella nos remite a un servicio constante a la vida de la Iglesia y de los Fieles hermanos que la conforman. Ella con su ejemplo nos impulsa a salir al encuentro de Cristo y de los hermanos todos en una dinámica de oración y de acción siempre con el corazón dispuesto para acoger en nuestros corazones la Gracia. Todo en la Virgen Nazarena nos enseña sobre la plena disponibilidad apostólica que todo fiel debe cultivar con esmero y ardor diariamente.

El Amor se mide en términos de entrega, así es el verdadero Amor, el que se dona, el que sin siquiera mirar la propia necesidad se dona completamente y con prontitud a colmar la necesidad del otro. Urge entonces mirar en el rostro del hermano al mismo Cristo que por Amor se hace pobre, mendigo, sordo, cojo, cercano para que nos acerquemos a Él y vivamos la plena caridad. Todo nos enseña la Inmaculada, para ella todos eran Cristo y ciertamente así también debe ser para nosotros. Cristo está realmente presente en el hermano. En aquel que pasa por la calle y me saluda, en aquel que me pide ayudarlo a cruzar la calle, en aquel que me pide que le ayude llevándole algo, en el hermano de otra denominación cristiana o religiosa. Cristo está en todos porque Él se hizo hombre como nosotros en el vientre la Madre Purísima para demostrarnos que de Dios venimos, que Él pertenecemos. Él es el Buen pastor y nosotros su rebaño. Por eso todos los hombres podemos clamar como San Agustín “Señor de ti venimos y mi corazón no estará tranquilo hasta que no repose en ti”.

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