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Testigos de la Luz

sábado, 6 de junio de 2009

El silencio

Hay que saber hablar

Muchas veces nos pasa que estamos con varias personas y decimos cosas imprudentes o que no vienen por nada al caso de lo que se habla. Descubrimos que en ciertas ocasiones nuestra boca reacciona más rápido que el freno que le podamos tener, pensamos una cosa y decimos otra totalmente adornada muy distinta a como se pensó.

Hay una frase que me llama mucho la atención que dice “habla cuando quieras y quiere cuando debas”. Ya Germán Doig hablaba del silencio como una virtud mediadora de un amplio sistema de virtudes[1] y como toda virtud debemos empezarla como un hábito, hay que acostumbrarnos al silencio, acostumbrarnos a pensar siempre antes de hablar en que si el momento lo amerita, si la persona con la que estoy lo necesita, etc. Saber cuándo decir algo y cuando no, nos puede ayudar mucho a prestar más atención a la realidad en la que estamos en algún momento. El silencio bien trabajado nos acerca cada vez más a la virtud de la prudencia que es sino una de las más importantes virtudes sociales.

El silencio: una virtud necesaria.

Vivir el silencio no es sino vivir una constante lucha conmigo mismo por callarme, por silenciar todo aquello que no me lleva al alcance de la virtud que deseo. El mundo de hoy vive cada vez más rápido, ahora todo es ruido tras ruido. Y el ser humano se encuentra contrario a la corriente en este mundo pues tiene un hambre de ese silencio pacífico, que me ayuda a conocerme.
No sé si te has puesto a pensar ¿Cuántas veces al día tienes aunque sea un rato de silencio? Un rato para entrar contigo mismo y conocerte. La triste realidad en todo esto es que el hombre actual se ha acostumbrado al ruido y el silencio es algo que le incomoda porque tiene miedo de lo que pueda descubrir, tiene miedo de verse a sí mismo. Yo por mi parte soy un convencido de que la vivencia del silencio es una aventura fascinante y necesaria porque a través de él puedo ir viendo quién soy, que es lo que tengo para darle al mundo, que puedo cambiar, etc. El silencio bien ejercido genera un estado de una inexplicable paz interior que es lo que motiva al hombre a buscarlo, a salir de sus esquemas aturdidores y estar en paz; es por esto que tenemos hambre de silencio.

El silencio: medio de comunicación con Dios.

Repasando un poco sobre lo anterior vemos como el silencio, virtud concatenada a la prudencia, me ayuda a conocerme más profundamente, pero ¿qué es lo que me genera este inexplicable estado de paz interior?, ¿Por qué me siento cómodo haciendo silencio? Y es que el silencio es como un puente colgante entre el alma y Dios[2]. A través del silencio al ser humano le es posible escuchar la voz de Dios que le va hablando, Él es quien le revela quien es el hombre y quien debe ser a través del silencio.

Como toda virtud el silencio, no es algo que se pueda lograr de un día para otro, probablemente sea algo que nos tome toda la vida, pero como se dijo anteriormente es estrictamente necesario. La vivencia del silencio es un constante ejercitar de la propia voluntad de poder adecuarse al mismo, es poner de todas las facultades que se poseen para ejercitarnos no solo en callar sino también en saber escuchar. Si a ti se te dificulta muchas veces escuchar es claro de que no estás trabajando muy en serio por hacer silencio. Hay que saber escuchar lo que pasa a nuestro alrededor, ya que al escuchar con quietud, podrás saber y entender que se dice[3]. Dios siempre nos está hablando, tocando a nuestras puertas[4] pero si no hacemos de nuestra parte para escuchar realmente lo que dice, no lo que queremos escuchar probablemente lo tengamos afuera en el frio silencio durante mucho.

A través del silencio cotidiano saber escuchar a Dios en los demás.

El fruto de nuestro ejercicio en esta necesidad ha de desembocar en el uso del mismo para con los demás. Dios siempre nos habla y a veces hasta se vale de personas cercanas o incluso lejanas a nosotros para decirnos algo. Toda manifestación que demuestra el hombre es una señal de su necesidad de Dios y al estar atentos a lo que nos circunda poco a poco seremos más conscientes de la presencia de Dios en nuestras vidas.
La conquista de este silencio, te ha de llevar a poner todo a tu alcance para enseñarlo también a los demás, a transmitir la gran aventura que esto supone y también para que a partir de nuestro propio encuentro con Dios en el silencio, podamos salir al encuentro de los demás ofreciendo todo lo que hagamos Él, buscando con actitud silente transmitir la buena nueva a todas las personas de nuestro día a día.


[1] Germán Doig Kingle, el silencio una pedagogía de la voluntad, pg. 16
[2] Germán Doig Kingle, el silencio una pedagogía de la voluntad, Pg. 24
[3] Watchman nee, El carácter del obrero de Dios, pg. 10
[4] Ver Ap. 3, 20

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