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Testigos de la Luz

jueves, 14 de julio de 2011

La historia del mosaico de la virgen en la Plaza San Pedro


En la Semana Santa de 1980 un joven arquitecto de la universidad en Italia, va al vaticano para las celebraciones de Semana Santa y se da cuenta de que la Plaza de San Pedro estaba llena de estatuas de santos, fundadores de órdenes, apóstoles, etc. Pero no había en ella ninguna imagen de la virgen María. En una de las audiencias del Beato Juan Pablo II, este joven, que se llama Javier Cotelo, se lo dijo al Papa. Hoy a casi treinta años de aquello él lo recuerda todo perfectamente:

Santo Padre, esta plaza está incompleta: he mirado y hay tantos santos... Están ahí todos los santos y no he encontrado una imagen de la Virgen que presida la plaza. El Papa escuchando lo que decía atentamente le dice: “Bene, bene, muy bien, entonces habrá que completar la plaza”.
Javier que estaba en Roma por un congreso organizado por el Opus Dei le cuenta la conversación a Mons. Álvaro del Portillo, quien cuando supo que a Juan Pablo II le gustaría que hubiera una imagen de la Virgen en la Plaza le pidió que buscara el lugar más adecuado.

Después de visitar muchas veces la Plaza, de observarla, horas de dibujos, de estudios pensó que: La mejor opción era colocar un gran mosaico en uno de los edificios que hay junto a la plaza, el sitio está situado entre la plaza de San Pedro y el Cortile di San Damaso. Es como un chaflán de un edificio fino y esa ventana seguramente no era necesaria porque había cinco o seis en el lateral, y también hacia San Dámaso había unas cuantas....

Tras haber hecho dos entregas del diseño de cómo debería ser el mosaico al Santo Padre, Javier se entera que en los talleres de mosaicos del vaticano están preparando esta imagen para este lugar. Colocaron el mosaico el 7 de diciembre de 1981 y un día después Juan Pablo II lo bendijo desde su ventana. Tres días más tarde dio las gracias por la idea a Álvaro del Portillo.

miércoles, 13 de julio de 2011

"...Por los caminos de Dios"

Hace poco un lector, nos escribió una anécdota vía mail a manera de reflexión sobre los cuestionamientos vocacionales, nos ha parecido provechosa para muchos otros jóvenes que hoy también se cuestionan sobre la vocación a la que Dios los llama:


Hace poco más de un mes, estando en la universidad me encontré con un amigo del colegio a quien no veía hace mucho, dentro de lo que sabía de él por mis demás compañeros, este amigo –pongámosle pepe- había tenido muchos problemas en su casa, no había entrado a la universidad y tenía líos con el tema de las drogas.

A lo que lo veo, me saluda entre extrañado y gustoso. Extrañado creo yo porque él estaba acostumbrado a verme con shorts y sandalias y ahora me veía de pantalón y camisa formal –ya por el trabajo y esas cosas-, me saludó con gusto y lo primero que me pregunta no es como estoy, que ha sido de mi vida, nada… me pregunta “¿Cómo así tú vestido así?”, a lo que yo sorprendido por su pregunta respondí entre risas: “que gusto verte, ahora estoy trabajando para una importante empresa y ya los shorts son cosa del pasado, ahora he madurado un poco más, y a ti, ¿Cómo te vá?”.-le dije- no me respondió y me dijo de frente: “habrás sabido de mí, que he tenido problemas, pero ciertamente he sentado cabeza y ahora estoy mejor. Yo también he oído de ti dicen que has optado por estar en los caminos del Señor, que te quieres hacer sacerdote”.

Sinceramente no me sorprendió que lo supiera, es algo que abiertamente digo a las personas, es mi deseo.  Así que le dije que sí, en efecto era así, estaba ya terminando la carrera y descubría que Jesús me llamaba a entregarle mi vida, aunque todavía tenía mis dudas –nada estaba asegurado-. Luego pepe tuvo que entrar a clases, así que me dijo que luego seguíamos hablando; que a él le interesaba mucho saber de mí otra vez –en su momento habíamos sido amigos muy cercanos-. Estando ya solo, empecé a cuestionar lo que pepe me dijo «andas por los caminos del Señor» y yo me pregunté varias veces. ¿Por los caminos del Señor? Y ¿Cuáles son esos caminos?, me puse a preguntarme si tan solo ser sacerdote, religioso o consagrado son los caminos del Señor y entonces me empecé a preguntar ¿y qué pasa con la vocación al matrimonio, que con los políticos, laicos, matrimonios, artistas, etc., qué buscan alcanzar la santidad también?  ¿Acaso ellos no están en los caminos del Señor?.. Y entonces ¿Cuál es ese camino?

Algo en mi interior salto de repente, por dentro estaba convencido de que ellos también están por los caminos del Señor, que “estar por los caminos del Señor” significa estar en el camino de su voluntad, de hacer lo que Él nos pide, de acercarnos cada vez más a la cruz; a la reconciliación que Él nos ofrece. “no necesariamente tengo que ser cura para seguir a Jesús, si acaso esa no es mi vocación, Dios que me quiere, no me va a dejar sin un camino que me haga santo, y puede ser que el matrimonio sea para mi ese camino”.

Por pensamientos como este –he pensado- que muchas veces las personas de hoy viven inmersos en un cristianismo de supermercado, en una versión light de lo que significa esforzarnos por seguir a Jesucristo en la construcción de la civilización del Amor. Muchas veces por eso vocaciones llamadas a la santidad fuera de la vida consagrada se relajan y se pierden en la masa. No pueden llegar a ser lo que deben ser. Y esto tiene que cambiar… todos estamos llamados a la santidad, todos estamos llamados a ser grandes santos cada uno desde su condición y vocación otorgados personalmente por gracia de Dios.

domingo, 10 de julio de 2011

¿Existe la esperanza? ¿Qué es?...

Muchas veces nos encontramos con gente que sufre, con personas que sin decirlo cargan consigo dolores y penas sin buscar remedio o alivio para sus corazones. Encontramos en ellos un profundo dolor que da paso a la pérdida del sentido, una angustia existencial que ha llevado a no pocos hombres y mujeres de hoy a sufrir las consecuencias de un mundo donde el sufrimiento carece de horizonte y de una esperanza. En un mundo donde los sufrimientos son para el ser humano una carga sin sentido.  Cabe que nos preguntemos ¿Qué es la esperanza? ¿Existe verdaderamente?

La experiencia humana alrededor de los siglos de la historia afirma por si sola que para que exista el dolor y el sufrimiento debe haber una esperanza; una esperanza que nazca del corazón humano, de sus anhelos y deseos más profundos y reales. Vemos esto en el caso por ejemplo del pueblo de Israel que esperaban ser liberados del régimen de Egipto, la esperanza de María que creyó en las promesas de Cristo, mas actualmente también la esperanza que mantenía el pueblo judío por superar el horror del nacional socialismo en Alemania, en fin. Constatamos verdaderamente la presencia de la esperanza a lo largo de la historia de la humanidad porque la esperanza forma parte del ser del hombre. El Ser humano es un ser que espera.

En un famoso libro que se titula “corazón” de Edmundo de Amicis, hay un pequeño relato que de manera sencilla describe el altísimo valor de la esperanza y la profundidad que tiene en la vida de los hombres: «-una madre a su hijo- Cuando yo muera, cuando muera tu padre, cuando mueras tú, volveremos a vernos, en un mundo sin pecado, sin llanto, sin muerte. Porque después de esto ello nos espera y (hay que tener en ello la esperanza)…proponte cada día ser mejor que el día anterior y pide a Dios que te de fuerzas para llevar a cabo tus buenos propósitos.» Este singular relato de una madre a su hijo nos describe aquella fuerza de la esperanza para el hombre.

La esperanza pues no es un mero consuelo ante la idea del dolor y del sufrimiento que diariamente experimentamos, la fuerza de la esperanza dice San Buenaventura «exige de nosotros un esfuerzo radical; requiere que todos nuestros miembros se conviertan en movimiento…para llegar a la verdadera altura de nuestro ser a las promesas de Dios»[1] la esperanza es movimiento. Movimiento no por una acción concreta de la persona, sino más bien, por ese pasar de un estado a otro; ese pasar de lo temporal a lo eterno, un pasar de vernos sellados a lo meramente humano a vernos invadidos, sorprendidos por la vida Divina en la persona de Cristo que ha venido a reconciliarnos.

Nos dice su S.S. Benedicto XVI sobre la esperanza que «Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro “todavía-no”. El hecho de que este futuro exista cambia el presente»[2]


[1] San Buenaventura en “Orar”, recopilación de textos de S.S. Benedicto XVI, la esperanza; 46.1, pg. 31, Edit. Planeta, Colombia.
[2] Orar”, recopilación de textos de S.S. Benedicto XVI, la esperanza; 48.1, pg. 33, Edit. Planeta, Colombia.

viernes, 8 de julio de 2011

El testimonio de un gran hombre..

S.S. Juan Pablo II, ha sido reconocido por muchos como el personaje más influyente de la Iglesia peregrina en el tercer milenio de nuestra fe. Su carisma, su cercanía y don de gentes hicieron de este Papa un santo de nuestros tiempos. sus reflexiones, pensamientos, oraciones son una escuela de santidad para la Iglesia y un camino seguro para caminar con parrhesía hacia el encuentro de Cristo; Dios y hombre verdadero.
El supo verdaderamente estar en el mundo, sin ser del mundo y transformarlo con la fuerza reconciliadora de la cruz del Señor Jesús, sus esfuerzos y sufrimientos, sus alegrías y dolores hoy nos alientan, nos llenan de esperanza y de renovada fidelidad a la barca de Pedro, para caminar juntos en un ardor apostólico por anunciar al Señor con una nueva evangelizacón. "nueva en sus métodos, nueva en su ardor"



viernes, 1 de julio de 2011

¿que es la felicidad?

¿Qué es la felicidad? todos nos lo hemos preguntado, aquella pregunta acuciante, que nos interpela hasta lo más hondo de nuestro interior. La nostalgia de saber que estoy llamado a ser plenamente feliz y muchas veces no saber donde debo encontrar ese camino que me haga verdaderamente feliz, es una de las experiencias más hondas, sinceras, profundas y reales que puede experimentar una persona.

Para muchos la felicidad esta en un carro último modelo, para otros en una casa, en un buen trabajo, tal vez en muchos hijos, tal vez en no tener ninguno, tal vez sea en viajar, tal vez sea en correr, a lo mejor les gusta jugar, a lo mejor les gusta leer, tal vez les gusta plantar, a otros manejar, a otro surfear, a otros acampar, a unos estudiar, a otros explorar, tal vez experimentar, descubrir, ahondar, bucear, volar, escalar, navegar, ayudar, filosofar, comprar, vender, probar, hacer… en fin, ver como para muchos la felicidad tiene connotaciones distintas siempre nos lleva a preguntarnos ¿Qué es verdaderamente la felicidad?. Lo que es bueno para los demás, no necesariamente también es bueno para mí.

Lo que para unos es felicidad para mi puede ser tristeza, lo que para unos causa alegría bien puede causarme temor, lo que para unos es lo más pleno, para mi puede ser algo tan solo causal. Ante un mundo en el que todo está así de relativizado, descubro en mi interior que anhelo ser feliz y que busco con ansias la felicidad que pueda saciar plenamente mi vida; elevarla al infinito, pero también veo dudas, surgen en el corazón las neblinas que me ocasionan mis propias fragilidades y temores ¿Seré feliz así? ¿Será ese el verdadero camino que debo tomar? –Algunos incluso se cuestionan fatalistamente, como quien ha perdido toda esperanza de alcanzarla- ¿Será que acaso si existe la verdadera felicidad?

  Tras 25 años de pontificado, el ya muy enfermo papa –hoy beato- Juan Pablo II dijo, momentos antes de entrar en estado de inconsciencia por su enfermedad, «Soy feliz, sedlo también vosotros». Creo que su testimonio, su vida toda es un testimonio elocuente de quien siguió con firmeza aquella felicidad plena; poder ser verdaderamente el “Alter Christus”, otro Cristo. y esa es también la experiencia de muchos hombres y mujeres que han sabido atender a lo profundo de su corazón, que haciendo silencio, se han preguntado una y otra vez y otra vez sobre el sentido de sus vidas, sobre aquello que dará a sus vidas un horizonte infinito, la plena felicidad.

«Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro “sí” al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: “Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande”.» nos dice con una certeza de vida el Santo Padre Benedicto XVI.