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Testigos de la Luz

martes, 22 de febrero de 2011

Iglesia y Estado. Una mirada a la Doctrina Social de la iglesia

Mucho se habla de que Estado e Iglesia son dos entidades aparte al momento de dirigir una nación en particular, el laicismo impartido por la revolución francesa en donde la religión era una cosa aparte de la vida social; aquella revolución donde se divorcian fe y razón de la cultura de los hombres aparece hoy con sus quimeras destructivas mermando lo que por decenios fue un armónica concatenación de poderes en lo religioso y en cuanto a lo propio del estado nacional.

Entiéndase aquí que no estamos hablando, pues, de –lo típicamente entendido en estos temas- que debería haber un control total de la Iglesia hacia la nación, o, por otro lado, de que debería haber un total control del estado y cero injerencia de la Iglesia en la nación. Hablamos aquí, por supuesto, de una síntesis.  Por ejemplo: los países latinos cuya cultura desde sus cimientos ha estado marcada por la evangelización constituyente no puede ser olvidada al momento de tomar decisiones de una dirección sobre el estado.  El estado no es sino el grupo de personas cuya cultura similar se encuentra delimitada bajo un territorio en particular.
La cultura es la expresión del hombre en todo tiempo, así podemos pues decir de que la cultura de nuestros pueblos latinoamericanos está hondamente impregnada de la expresión católica

Una recta síntesis conllevaría el hecho de emplear en el estado una recta aplicación de la doctrina social de Iglesia que, iluminada por el Magisterio y las Sagradas Escrituras, brinda no pocas luces a la dirección de las sociedades y los estados. Se trata pues de alcanzar el horizonte de una sociedad cada vez más solidaria, más justa y reconciliada. Se trata de entender al individuo social no como un “voto” para los gobernantes de turno , sino más bien como una persona en concreto con preocupaciones y necesidades cuya dignidad está por sobre toda ley y que no puede ser dañada por los conocidos “caprichos electorales” que muchos han causado ya a nuestras sociedades a nivel mundial.

La Gadium Et Spes nos dice en el numeral veintidós que «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado; Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» es así pues como la Iglesia que es Esposa de Cristo, como madre y maestra que es, le muestra a los hombres a través de la doctrina social el horizonte de la anhelada civilización del amor. Su objetivo reconciliador y santificador nace del «encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias éticas con los problemas que surgen en la vida de la sociedad»[1] está pues hecha para acompañar tanto a fieles como no fieles en el caminar diario buscando iluminar sus vidas y acciones con el mensaje de Cristo Reconciliador y Salvador de los hombres.


[1] Orientaciones para el estudio de la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia, ediciones Paulinas, pg. 9,  Bogotá, 1989

domingo, 13 de febrero de 2011

las apariencias, camino de deshumanización y de ruptura

¿Todo está bien? Esta pregunta engloba muchas cosas en torno a las apariencias, en principio puede reflejarse como una pregunta superficial, como algo irrelevante y poco trascendental para la vida cotidiana de cada uno. La pregunta en sí misma está formulada para ingresar a lo profundo de la persona, contempla a la persona en toda su integridad.

Muchas veces aunque hay cosas que nos duelen, que nos afligen y que incluso nos dan vergüenza a esta pregunta contestamos: “Si, claro. Todo bien” ¿Será cierto? No parece. Tal vez este tipo de conclusión o respuesta parte del famoso penssiero debole que no deja de dar un fundamento lleno de superficialidad a cada cosa, tal vez pueda esta respuesta nacer de una postura subjetivista exacerbada en donde cada persona desde su individualidad es la medida de las cosas, dejando de lado cualquier referente externo, quizás pueda también responderse así desde una postura inmersa en la cultura de las fobias que no permite a la persona ingresar en su interior pues ahí se ha de topar con sus miedos más humanos a los cuales él no puede responder.

Sea cual sea la razón de porque cuando nos preguntan algo como esto mentimos, el fondo está en que con nuestra mentira aumentamos en nosotros la máscara de la apariencia. Hoy por hoy a nivel del mundo todo es en base a la apariencia. “tengo el mejor carro, la casa más grande, el reloj más vistoso, millares de amigos” se dicen estos ilusionistas de la realidad dando un peso valorativo a su apariencia más que a su propio interior.
El mundo y su pensamiento, artífice de no pocos males deshumanizantes, posee en estos hombres y mujeres a unos ilusionistas perfectos que hacen que para los demás lo aparente sea “lo más lógico” o “el único criterio de valor”. Son estos malabaristas de lo real, que juegan por encima cambiando de personalidades y de vidas por doquier los que hoy dicen al mundo “todo está ok, no te preocupes, mientras TENGAS, todo está bien” y causan no pocos males a la humanidad de cada quien deshumanizando sus vidas y las de todos quienes les rodean.

Tal vez si nos ponemos a pensar un poco, descubrimos en nuestro interior, no pocas veces, que de nada nos aprovecha aparentar. Innumerables son los ejemplos y las situaciones en donde la verdad se prueba en sí misma para relucir su infinito beneficio para cada persona. La vida según la verdad de quien soy, de lo que tengo y de lo que soy, ayuda a cada uno a caminar por el camino de la humildad, pues la humildad es andar en la verdad; en la verdad de lo que antes hemos mencionado de cada persona – sobre quién soy, lo que tengo y lo que soy- ante este fatalista panorama de lo ilusorio que se nos presenta en el mundo. El hombre rescatando su recta valía, su dignidad, su humanismo rectamente entendido debe poder vivir según la verdad en sí mismo, pues estamos hechos para la verdad. Nada menor que eso, nada que no sea eso.

domingo, 6 de febrero de 2011

Una justicia social solidaria

La justicia es sin lugar a dudas dar a cada quien según corresponde. No es, como el comunismo se plantea de dar a todos por igual tomando como referencia el despojo de lo que los que más tienen para igualarlo con los que menos tienen, ni tampoco como el capitalismo plantea de darle lo suyo a cada quien buscando la mejor forma de tener algún provecho personal de esa correspondencia.

La justicia en sí no es perfecta si la miramos desde esa óptica. La justicia rectamente entendida busca el beneficio de la totalidad del hombre, de su ser integral; porque dar a cada quien lo suyo no implica implícitamente o explícitamente que esa persona se realice plenamente como tal. Si la justicia no tiene fundamento en el Amor, de nada sirve; pues la expresión de justicia, rectamente entendida según la aplicación del derecho natural y entendida y aplicada a la luz de la Revelación de la Fe, no es sino una expresión activa de la caridad que contiene en si misma toda una carga solidaria, afectiva y social de Amor.

Por  eso no basta una simple aplicación de la justicia. Hace falta, para que sea fecundo su efecto, que la justicia sea solidaria. Un planteamiento de justicia solidaria es poder dar a cada quien lo que corresponde poniendo especial atención en aquellos que por su realidad socio-económica más lo necesitan. No es un planteamiento idealista o ilusorio, es lo que hace falta para que este mundo sea más justo y reconciliado.

Renovar los sistemas sociales a la luz de la Fe y con el apoyo del derecho natural de los hombres, es lo que hace falta para que haciendo uso del recto sentido del derecho puedan transformar a esta aldea global en la que estamos inmersos en la época contemporánea o ya –era tecnológica- como muchos la llaman- en una sociedad pacífica donde todos, reconociendo la grandeza de la Verdad Revelada en el Justo; que es Cristo, estemos plenamente realizados y unidos con la fuente más profunda de nuestra existencia.

Son los juristas y los agentes del derecho social los primeros llamados a vivir de este modo la justicia, para que así habiendo reconciliado con la vivencia de la justicia su pensar y su obrar den testimonio  de la fecundidad de la misma.

Para empezar a transformar los sistemas sociales que desapegados de la Verdad nos agobian y nos hunden en un vacío inhumano. Para empezar a transformar el mundo que, sumido en una cultura de muerte, avanza galopante hacia la destrucción misma del ser humano, hay que empezar por cambiar nosotros primero. No hay que ser como borregos que caminan sin un sentido o un norte definido en este peregrinar humano, me refiero a ser verdaderos agentes de cambio, ardorosos por buscar la verdad inmutable y que encontrándola estén dispuestos a hacerla vida. Más que solo pensar, hace falta también obrar y obrar mucho.