No es ya poco normal la afirmación –muchas veces falsa- de “las mujeres solo se reúnen para hablar de chismes” –aunque muchas veces sucede lo mismo en los hombres-. Hablar chismes es hablar sobre algún acontecimiento o alguna persona a sus espaldas, es decir, cuando la o los involucrados no se encuentran presentes. Es de pensar que cada día es más clara está actitud en la vida cotidiana; tenemos la necesidad –casi asfixiante- de saber que hacen los demás, como lo hacen y de contarlo a otros.
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Con esto la confianza se rompe, se resquebraja la intimidad de la persona que nos dice determinada cuestión o presencia frente a nosotros algún acontecimiento. Por el famoso “chisme” ya no existe la intimidad, la información es de todos y a la vez no es de nadie. Así, pues, nos adentramos poco a poco y sin darnos cuenta en una cultura de lo superficial, de lo momentáneo.
Se ve la creciente cantidad de anti-valores que esto supone para las futuras generaciones, una sociedad sin escrúpulos, falta de reverencia, que carece de sigilo y de prudencia. Varios sacerdotes y maestros espirituales comentando acerca del “chisme” lo catalogan incluso como una falta a la caridad, puesto que casi todas las veces se termina tergiversando la realidad de lo dicho o sucedido, puede también terminar en denigrar la integridad de la persona, o dicen también que puede ser una falta de carácter moral que no respeta a la ética.
Ante todo lo considerado anteriormente sabemos entonces que el chisme no es para nada algo bueno ni para nosotros ni para la sociedad, no tenemos que saberlo todo y peor aún contar todo lo que nos dicen o lo que vemos. Muchos se defienden ante esto aclamando que existe “la necesidad de ser en todo transparentes con uno mismo y sus relaciones” pero la verborrea no es por ningún lado transparencia; no nos podemos dejar engañar por el mundo.
Que en especial en este tiempo podamos vivir esa prudencia y esa reverencia con nosotros mismos y los demás que es contradicción del famoso “chisme” tan común en nuestros días.
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