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Testigos de la Luz

sábado, 22 de agosto de 2009

el apostolado y la libertad de la persona

A medida en que uno conoce a mayor profundidad el hermoso misterio que supone conocer a Jesucristo cada vez más, se topa uno con una especie de nostalgia por llevar ese precioso tesoro, esa perla escondida, a las demás personas que por voluntad de Dios se introducen en nuestras vidas.
Esa nostalgia por compartir a Jesucristo, ese clamor que desde lo profundo del corazón se enciende deseoso de llevar a Cristo a las demás personas es lo que humanamente podríamos llamar apostolado.

Todo ser es único e irrepetible pero todos los hombres guardamos en el interior más profundo de nuestro ser una similitud que nos une más allá de un simple lazo de sangre. Todos poseemos indudablemente la huella imborrable de Cristo, cada uno en su mismidad está llamado a responder a un plan en especifico en una vocación particular, a su vez cada persona es libre de responder a esa misión y a esa vocación. Es que fruto de infinito Amor de Dios nos ha llegado la libertad, Dios nos ama tanto que nos respeta, Él respeta nuestra acogida o nuestro rechazo. Esa es la palabra Dios, Cristo, nos respeta.

Dentro de la Iglesia universal se habla siempre de cómo al igual que Cristo hizo debemos salir al encuentro de nuestros hermanos, pero al igual que Cristo hizo significa también respetar a la otra persona, ese respeto que nosotros tenemos que tener no es un freno al apostolado; ese respeto dignifica en sumo a la persona humana porque se basa en el mismo respeto con que Cristo nos respeta. Cada uno es libre de responder a su misión personal y nosotros no podemos forzar a la persona a responder a algo que simplemente no desea.

Claro es pues, que el celo apostólico de quien se ha encontrado con Cristo no se permite a sí mismo el dejar de anunciar a Cristo en la medida máxima de sus posibilidades y capacidades. Pero el buen juicio nos indica que hay que hacer lo que hacer y cómo se debe hacer, nos indica por iluminación de espíritu en recto discernimiento en quien o como debemos obrar para el bien de las Almas y la Gloria de Dios. Si alguien acaso no responde a su vocación, con la pena supone –pues somos conscientes de su condenación si no lo hace- hay que dejarlo ir, porque si lo respetamos, reconocemos que es libre para optar; en tal caso, por lo hay que velar es para que esa persona no incurra en los caminos del maligno, hay que rezar mucho por aquellas personas para que respondan con firmeza y fidelidad.

Actuar con deferencia, es decir, con respeto, repito supone dignificar aún más a la persona pues es tratarla de igual manera en que Cristo nos trata a nosotros. No todos van a convertirse, no todos van salvarse, no todos han de perseverar, nosotros tenemos que hacer lo que nos toca y eso no siempre significa buscar desmedidamente acercar a todos los que nos encontramos a Cristo.

El apostolado se da en irradiar a la otra persona a Cristo y para eso hay que esforzarse día a día por ser otros Cristo, desde nuestra propia realidad laical o clerical. Para esto tenemos por supuesto el testimonio a lo largo de la vida de la Iglesia de los Santos; hombres de Dios que buscaron irradiar a Cristo en primera persona y para realizar milagros no les basto sino con su testimonio de encuentro con Cristo. Dicen que una imagen vale más que mil palabras y es por eso que su testimonio vale Iglesia; vale oro. Hombres valientes que vivieron no solo hablar y predicar sino para actuar, hombres de acción, que buscaban en todo momento, en todo gesto, mostrar un poco de ese Cristo universal. Siempre respetando la libertad de los demás para tomar un poco de ese gran tesoro de cual ellos eran participes.

Recuerdo una lectura de las escrituras que menciona cuando Jesús en una tierra expulsa a dos ferocísimos demonios que asustaban a la población y los tira junto con los cerdos por un barranco y hay algo que me llama la atención pues esa lectura también menciona que los que vieron ese prodigio de Jesús lo rechazaron al ver su poder, lo botaron de sus tierras y –supongo triste- solamente se retiro de allí con sus acompañantes.

Aquí vemos un ejemplo claro de cómo Cristo nos respeta por Amor en nuestro sí y en nuestro no. Y en vez de buscar convencernos de algo, pide perdón por nosotros, ora por nosotros al decir «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Los santos trataron todos los días de parecerse a Cristo y llevarlo así a todo el mundo, sigamos pues el ejemplo de los santos y sigamos a Cristo que es «el Camino, la Verdad y la Vida»

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