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Testigos de la Luz

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martes, 27 de marzo de 2012

La Eucaristía y la Transfiguración del Señor


« ¡Qué bueno es estarse aquí Señor! Preparemos tres tiendas para pasar aquí la noche» Lc. 9, 33.

La experiencia de estar en vigilia junto al Señor sacramentado es fácilmente asociable a la de los discípulos cuando son llevados al monte a ver al Señor transfigurarse. La forma de Dios revela el misterio. También a nosotros hoy se nos muestra tal cual es. El Hijo del Padre se revela completo en el símbolo de su amor, y la acción de su gracia santificante –como entonces- nos hace turbarnos como aquellos apóstoles y caer también rendidos ante la belleza.

Así como entonces también hoy se da ese encuentro misterioso de Dios con sus ángeles, santos y profetas en donde el dialogo intimo y amoroso se refleja en derrame de virtudes para nosotros que jugamos en este encuentro el papel de los apóstoles. ¿Cómo no querer quedarse en este sosiego que nos da el espíritu? ¿En esta paz que nos da el Señor con su presencia real en el punto máximo de la expresión de su amor?

Contemplar la eucaristía, es contemplar un misterio grande. Ajeno a toda racionalización secular. Contemplarla es admirarse ante la belleza sencilla de Dios. Es toparse cara a cara; de corazón, con el misterio de la transfiguración de Jesús.
Ver a Dios cara a cara ¡cuánta admiración! Y hasta da algo de miedo al ver la propia finitud  ante tan grande regalo que Dios nos hace. Dios, nos permite ingresar –si así lo buscamos- a los misterios de Su corazón, nos permite escudriñar sus pensamientos, ver en el libro de su Plan de amor. ¿Qué Dios hace eso que no sea el nuestro? Nada hay más grande y misterioso que la trinidad ¿y que se deje palpar así de perceptible? ¡Es de locos! Y es que es precisamente eso lo que se expresa en el misterio de la eucaristía. La locura de Dios que por su amor se hace carne en el inmaculado vientre de una virgen y da Su vida; humana y divina, asido a una cruz para morir por una creatura contingente. El que es Amor, se hace mendigo del amor humano para nuestra salvación. Figura que esta tan bien expresada en la vigilia eucarística.

¿Qué actitud asumir, pues, ante tan inmedible gracia donada? La de María.
Su ejemplo de elocuente espera y contemplación ante el misterio, nos educa casi sin percibirlo en el dialogo eficaz para decir cuanto es justo y necesario y no caer en inútiles verborreas, para no caer en los llamados “silencios incómodos” fruto del desorden del corazón, para no apuntar a las aristas del amor que se derrama en dones del espíritu; sino más bien ir cada vez más a lo esencial.
De Ella podemos aprender a rumiar con inteligencia oblativa en los pensamientos de Dios. Nadie mejor que ella conoce verdaderamente a esa comunión trinitaria de amor que se revela en el pan eucarístico. Puede que su accionar en el encuentro pase desapercibido, pero al igual que Jesús, María no se expresa en el barullo, su voz se percibe clara en el silencio del alma; en la quietud del espíritu. La pureza no se ostenta por eso se acoge a un perfil bajo, al contrario de la impureza, esta no necesita del aplauso aprobatorio o del vituperio del mundo y por eso al percibirla más de cerca se derrama en don en abundancia.
María, modelo de espera y esperanza, que particularmente recordamos y meditamos en el sábado santo, nos muestra con claridad cómo debemos acercarnos al Señor presente verdaderamente en la eucaristía, la disposición, la apertura, la ternura, las palabras, todo nos lo enseña María. Su fin no es otro que acercarnos cada vez más a Jesús con esa pureza perfecta tan característica suya. Aprendamos de María a contemplar el Misterio de Dios.

miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Por qué hoy en día hablamos de cultura?


¿Por qué hoy en día hablamos de cultura? ¿Qué es en realidad para el hombre de nuestros tiempos la cultura? Para algunos es una palabra vaga que usan muchos que se autodefinen pensadores para poder tener algo que decir. Pero hay algo más de fondo en todo esto. Hoy surge un renovado interés por el hombre y su entorno; sobre la razón de su existencia. ¿Acaso la cultura es siempre nueva, acaso hay que constantemente reinventarla para situarla en los contextos actuales?

Muchos hoy hablan de cultura, aportan definiciones, aproximaciones y conocimientos sobre el tema. Pero ¿qué es la cultura? Hoy por hoy aparecen por doquier distintas interpretaciones y discursos elaborados sobre diversos aspectos de la cultura buscando situar al hombre desde lo temporal. Conceptos como cultura tecnológica, cultura espacial, cultura light, neo cultura; en fin, un centenar de conceptos que dejan al hombre en una sola perspectiva de su situación en el tiempo actual, definiciones que no le permiten comprender del todo en qué momento está viviendo o hacia dónde va, conceptos que muchas veces pierden de vista al hombre por ver solamente lo circunstancial.

El período de la ilustración aborda la problemática cultural como un plus añadido, adyacente al hombre y que se desarrolla en la medida en que progresa en conjunto con la interacción humana[1]. Desde esta perspectiva se ve a la cultura como un accesorio para hombre y en la mentalidad utilitarista de nuestros días no es de extrañar que este dominando en muchos casos la conciencia actual. La cultura es en sí misma expresión del hombre, «la cultura es un modo específico del existir y del ser del hombre»[2] nos decía el Papa viajero. Ahí, justamente donde está el hombre puede haber cultura y no puede existir la cultura si no se toma en consideración al hombre. Ahí encontramos el sustento de la verdadera cultura; donde se considera al hombre en todas sus dimensiones y de manera integral puede existir una correcta reflexión en torno a la cultura. No es difícil constatar como en nuestros días en más de una ocasión es el mismo hombre quien se deja de lado, se abstrae para reflexionar como espectador y no como protagonista. El utilitarismo muchas veces ha hecho que el hombre vea todo desde fuera y ya no contemple su ser, como si el fuese un agente más de la casualidad del mundo.

El hombre no está en crisis porque su cultura este en crisis, al contrario, la dinámica es completamente al revés –sin menos valorar el hecho de que una cultura en crisis puede influenciar en el hombre y su desarrollo agudizando aún más los efectos reductivos y destructores de su crisis personal-. En un ser humano que esté en crisis no puede haber una recta plasmación de cultura, porque el ser de ese hombre; de esos hombres, esta como averiado, dañado.

La persona hoy ha relegado a la verdad como una búsqueda sin sentido y se ha situado a sí mismo en una dimensión en donde solo busca satisfacer sus deseos egoístas, por ende la cultura –expresión del hombre- ha dejado de lado la búsqueda de la verdad y se ha precipitado en un proceso de crisis cultural en el sinsentido del nihilismo. Ante esta perspectiva de la situación humana y cultural, el evangelio ha sabido iluminar las reflexiones sobre la cultura y la cultura en sí misma. «Su dinámica evangelizadora busca al hombre en su entorno y no la estructura o el entorno por sí mismo»[3] el Card. Poupard nos explica como «el evangelio […] utiliza las expresiones culturales como vínculo para manifestarse»[4] y como es verdaderamente también una manera de hacer cultura completamente inherente al ser humano puesto que abarca en sí «todas las formas de relación del hombre con la realidad: el mundo, los demás hombres y Dios.»[5]

Atender al hombre desde su ser más profundo, es el camino para poder aproximarnos desde una recta visión a las consideraciones sobre la cultura y en las Sagradas Escrituras vemos al hombre desde lo que es y está llamado a ser y a hacer en medio del mundo. Es en Jesucristo que se revela al hombre que es el hombre y la grandeza a la que desde tiempos eternos ha estado llamado[6]. En Cristo podemos verdaderamente entender cómo abordar desde una visión cristiana los desafíos antropológicos y sociales de nuestra época.

Que el evangelio se haga vida en la cultura no es irrumpir en la mentalidad del hombre con una nueva metodología de vivir[7], «El contenido esencial de la evangelización no puede ser cambiado porque pertenece a la naturaleza misma de la misión de la Iglesia. Sin embargo, en el mensaje que la Iglesia anuncia existen otros múltiples elementos secundarios cuya presentación depende de las circunstancias cambiantes».[8] El interés por la cultura manifiesta en sí mismo un interés por el hombre; su ser y el sentido de su existencia. Hoy este interés sale a la luz, muy probablemente como un signo de nuestros tiempos que nos llama a redescubrir al hombre en su recta valoración. El debate sobre la cultura debe ser cada vez más un debate también sobre el hombre, su ser y el sentido de su existencia y como este se proyecta en su entorno en sus cuatro relaciones fundamentales; con Dios, con el mismo, con los demás y la creación.

«La comprensión de la cultura debe educarnos en humanidad; concretamente, cuál es el lugar apropiado que corresponde al hombre en el mundo, para responder a la búsqueda de bienestar y felicidad»[9]. Así, pues, la reflexión en torno al hombre debe llevar a redescubrir de manera siempre nueva los valores fundamentales del hombre y las particularidades de su ser, para poder expresar de manera correcta en medio del mundo un cultura del amor, de la solidaridad; una cultura de la vida y de la reconciliación que lleven al ser humano a la verdadera plenitud de su existencia en tanto pueda ser cada vez más aquello que debe ser en orden a como fue creado por Dios.


[1] Ver García Q. Alfredo. Evangelización de la cultura y desarrollo, Pg. 4, Vida y Espiritualidad nº27, Lima, 1992.
[2] S.S. Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, París, junio de 1980, 7.
[3] García Q. Alfredo. Evangelización de la cultura y desarrollo, Pg. 4, Vida y Espiritualidad nº27, Lima, 1992.
[4] Ver Poupard Card. Paul, “Evangelio y cultura en los umbrales del tercer milenio” Conferencia pronunciada en la Universidad “La Sapienza”, Roma, mayo de 1998. También en Vida y Espiritualidad nº43, Pg. 13. Lima, 1998.
[5] Poupard Card. Paul, “Evangelio y cultura en los umbrales del tercer milenio” Conferencia pronunciada en la Universidad “La Sapienza”, Roma, mayo de 1998. También en Vida y Espiritualidad nº43, Pg. 10. Lima, 1998.
[6] Ver GS, 22.
[7] Ver Gramsci. Invasión a la cultura, Editoriales Libertad, España, 1935.
[8] Ver  Evangelii nuntiandi, 25. Ver también Poupard Card. Paul, “Evangelio y cultura en los umbrales del tercer milenio” Conferencia pronunciada en la Universidad “La Sapienza”, Roma, mayo de 1998. También en Vida y Espiritualidad nº43, Pg. 17. Lima, 1998.
[9] Cardenal Joseph Ratzinger, Christ, Faith & Challenge of Cultures, Conferencia, Hong Kong, marzo de 1993.

miércoles, 15 de febrero de 2012

“Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolado hechos oración”

La oración es ese camino de dialogo con Dios, esa «cadena de oro fino» que une verdaderamente a Dios con los hombres. No por nada nos dice el Señor «cuando dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos».

Son innumerables la cantidad de sectas y movimientos que hoy profundizan en técnicas meditacionales, caminos de relajación –o de encuentro como los llaman también- desde las más arcaicas hasta exóticas en su fondo y forma. El florecimiento de estos “novedosos caminos actuales” nos habla de la profunda necesidad del hombre de encontrarse con Dios, nos hablan de su profunda hambre de más; de su nostalgia de infinito. Todo esto si lo contrastamos con la cultura de lo superficial que hoy se encuentra en todos lados; nos habla. El hombre tiene necesidad de Dios, le es natural esa tensión a Él y lo reconoce y lo busca.

«El dialogo con Dios se enraíza en la naturaleza misma del ser humano, en su anhelo de encuentro pleno» por esto se puede afirmar –como nos dice Luis Fernando Figari- que  «la oración responde a la intranquilidad que hay en el corazón del hombre […] le es esencial». Es el mismo Señor el que nos invita constantemente a velar y orar. «Orad siempre sin desfallecer».

Nuestra oración es esa respuesta a la respuesta que Dios nos ha dado queriéndose acercar a nosotros. Es la respuesta a nuestra identidad, el contacto con nuestro interior nos lleva siempre al contacto directo con Dios pues al participar de su ser nos ha dado la capacidad de compartir con Él toda nuestra vida.

Cuando hablamos de oración para la vida y el apostolado hablamos de que esa oración ganada a fuerza de momentos de encuentro con Dios debe iluminar toda nuestra vida, todas nuestras acciones.  Todo en nosotros debe reflejar aquella respuesta de la que hablamos, ante esto María es un clarísimo ejemplo, su respuesta fiel en el “fiat” fue un momento de oración que ilumino toda su realidad y todas sus acciones cotidianas, no por nada muchos maestros espirituales la llaman “maestra de oración”. Así como María si nosotros pudiéramos hacer que toda nuestra vida sea respuesta al Plan de Dios, haríamos que cada cosa del día fuera en sí misma oración. Una oración continua. Es donde entramos en que la vida y el apostolado son hechos oración.

Juan Pablo II dirá que «Jesús de Nazaret oraba todo el tiempo sin desfallecer; la oración era la vida de su alma y toda su vida era oración».  En el modelo de Jesús encontramos «un perfecto ejemplo de cómo se deben unir estas dos realidades; la constante comunión con el Padre y la vida intensamente activa».
Sin esta unidad se corre el profundo riesgo de la desorientación, de las lamentaciones. San Juan Berchmans dice que «toda apostasía en la religión tiene su origen en la falta de oración» y con razón lo dice pues el que deja de rezar pierde el horizonte, descarrea del camino, poco a poco, cada vez más.  Caer en activismos no es nunca la respuesta, ser apóstoles supone que seamos además de hombres de acción, hombres de oración.

Aspirar a que toda nuestra vida y nuestro apostolado sean oración supone la concatenación, la unión, de esos momentos fuertes de oración en donde dialogamos como amigos con Dios y la consagración cotidiana de todas nuestras actividades, gestos, palabras y pensamientos a Dios que es donde nos encontramos con Él como ese Dios cercano que busca acercarse a nosotros.  Así «Todo acto es oración si es don de sí para llegar a ser» nos dice Saint-Exupèry. Esto por supuesto constituye todo un programa de vida. Un vivir cada vez más comprometidamente una “espiritualidad de lo cotidiano” que a medida que la practicamos nos va asemejando al Señor, nos va conformando a Él “modelo del hombre nuevo” haciendo que toda nuestra existencia se despliegue «en una vida santa y en un apostolado fecundo».

martes, 26 de mayo de 2009

El Amor más grande

El Amor, es la llama del Corazón,
El Amor, mueve a la caridad al hombre con su hermano,
No hay más que pensar en esta vida,
Sino cuanto se ama al prójimo en este mundo.


Solo el Amor es capaz de sufrir y de morir por otra persona,
Solo el Amor mezcla alegrías y dolores como blancas flores,
En torno al corazón del hombre.
Es la llama que motiva a salir al encuentro,
y que permite verlo todo con el alma,
conectada a profundidad con su creador.

El Amor, es el reflejo papalble de la existencia de la Vid,
no es una temática utópica, ni se reduce a un mero sentimiento,
sino que se extiende alrededor de toda la vivencia humana.
solo Él, el Amor hecho carne, puede evidenciar al hombre,
su profunda sed por vivir el Amor; la reconciliación.

Él Amor es tan grande, que mueve al hombre a compartirlo con el cirineo,
Permite amar al único Dios y no como muchos al dinero.
El concepto del Amor, demuestra un vasto horizonte imcomprendido,
Que erige imponente una montaña,
Que ayuda al hombre a entender el verdadero sentido del camino emprendido.

El puño del hombre se doblega, el insulto del cobarde se silencia,
El latigo y el hacha del verdugo se rompen, y el corazón se abre,
Y florece tan solo por inercia, por la llama que al corazón de Amor incendia.

Tanto Amó Dios al Mundo, que envió al Unigénito suyo
a hacerse hombre en el vientre de la Amante Sierva,
donde desde la Cruz salió ganando el Amor redentor,
que florecio como un capulló
y aplacó el reinado del Enemigo Pecador.

"Amaos los unos a los otros" comando,
"tanto como os he amado a vosotros Yo"añadió.