Sucribete a nuestro feed

Testigos de la Luz

jueves, 11 de junio de 2009

La alegría en la vida cristiana


La alegría y su papel fundamental en la vida cristiana
La vida cristiana y la alegría son dos realidades íntimamente unidas.
San Pablo en su carta a los Gálatas es bastante firme al decir que “el fruto del Espíritu es la alegría”[1]. Sin embargo, esta alegría debe ser personalizada y adherida a la mismidad del hombre, haciendo de ella una cualidad de la vida cotidiana.

La alegría verdaderamente refleja a Jesucristo, y es verdaderamente el arma letal del cristiano. Puesto que con ella se aleja al demonio y sus amarguras, hace frente al mundo que es contrario a una alegría sobria y verdadera y en cierta forma más importante aún, refleja de manera completamente clara la experiencia interior de haberse encontrado con la Persona de Jesucristo, que es el Autor de toda alegría.
Siguiendo ésta carta de San Pablo a los Gálatas, no es solamente que la alegría es el fruto del Espíritu, sino que, es ésta necesaria para combatir las pasiones y apetitos desordenados[2].
Justamente por esto, la exhortación de San Pablo es a vivir según el Espíritu.

Dentro de los distintos papeles que juega la alegría en la vida cristiana, tenemos como fundamental la apertura que le da al espíritu todo, para poder darse a los demás de una manera más pura y sencilla, debido a que la alegría desecha inmediatamente todo fruto de cualquier complejo del hombre, no con ello queriendo decir que lo hace desaparecer, puesto que eso sería una pseudo-alegría que nos llevaría a una fuga constante de la realidad.

Vivir la fe con tristeza y abatimiento
Quien vive su fe con tristeza y abatimiento, no ha comprendido el núcleo del mensaje del Señor Jesús[3]. Y es que, más allá de demostrar una falta de interiorización en el Misterio de las virtudes, evoca un posible daño que sabiamente advertía San Ignacio de Loyola al decir que “el demonio es el eternamente triste”[4].
Evoca un daño digo, debido a que siendo él el eternamente triste, la tristeza denota su presencia, puesto que sin irnos a un plano escrupuloso, debemos también profundizar en las realidad sobrenatural que vivimos constantemente como cristianos en la batalla espiritual.

Más allá de una inmediata molestia, que es la amargura, debemos centrarnos en el carácter difusivo de esta tristeza o abatimiento, que sin esperarlo mucho tiempo, va comunicando su estado a cuanto ser posa su mirada, generando no ya un ambiente de comunión, sino que una barrera para que se dé el mismo. Dando pie incluso a las conversaciones ásperas y el desgano por todo aquello que se considere espiritual.

En cuanto al apostolado, un anuncio apagado y triste, reflejado en actos, gestos e incluso en el hablar, no solo que se hace notar, sino que, desvirtúa por completo la esencia del mensaje cristiano transmitiendo ya no al Señor Jesús, sino la propia incoherencia de no vivir lo que se profesa, o -en casos en que el pecado se ve más enraizado por la fragilidad de la persona- que no se profese lo que se viva, que sería en cuestión una tristeza de otro grado.

Una alegría que nada ni nadie puede arrebatar
De esa manera lo manifiesta el Apóstol Juan[5], para referirse a la alegría que nos trae el Salvador a nuestras vidas, no ya como criaturas de Dios, sino como hijos en el Hijo.
Y es que verdaderamente es falsa la alegría de quien se aparta de Dios[6], porque ya no encuentra su fundamento en Dios, sino que intenta encontrar su razón en sucedáneos o peor aún en el mismo hombre.

De manera concreta una de las mejores formas de aprovechar y atesorar esta alegría para así vivirla es sin duda el volver a las raíces del hermoso árbol de la conversión.
El no vivir esta alegría nos hace necesarias las preguntas fundamentales como lo son:
¿por qué opté por esta vida? ¿Por qué quiero ser santo? ¿Por qué es ésta la verdadera vida?
Preguntas que pueden y deben tocar las fibras del corazón hasta encontrar la única Verdad que nos hace lo que somos, hijos de Dios.
Habiendo experimentado este encuentro verdadero –que sin duda puede experimentarse cada día- abre las puertas a ésta alegría verdadera que no puede ser arrebatada por nadie ni nada, puesto que es una alegría Divina que es concedida a aquellos que con humildad la reciben como el don que es[7].

María, la primera en experimentar la alegría de la vida cristiana
Siguiendo esta línea de ser hijos en el Hijo es necesario profundizar en el saludo dirigido por el Ángel a la Virgen de Nazaret: “Alégrate, llena de gracia…”[8]
Una alegría que traspasa todo sentir humano, puesto que está cargada de Dios, convirtiendo así esta alegría en una alegría mesiánica.
De esto goza la primera cristiana de este mundo, la Virgen Madre.
Sin duda éste saludo no solo confirma que la alegría es un don de Dios, sino que, reafirma la veracidad de ésta misma alegría frente a los placeres efímeros del mundo.

Cargada toda Ella, de ésta alegría mesiánica, va presurosa al encuentro con su prima Isabel, portando al Verbo Encarnado en el Primer Sagrario que es su vientre.
Es justamente éste “salir al encuentro”, el que debemos imitar de la Madre. Fijándonos cuidadosamente en las maravillas que obra esta alegría recibida de manos del Ángel de Dios en la Anunciación-Encarnación.
Nosotros que fuimos concebidos bajo el influjo del mismo Espíritu[9] y reconciliados –además- con el Padre, por el Hijo que nos dio a la Virgen como Madre[10], debemos ser antorchas vivas del Evangelio que habiendo profundizado este “salir al encuentro”, podamos anunciar en primera persona la alegría de la vida cristiana, la alegría del Señor Jesús.
Teniendo en cuenta que el contexto bajo el cual se dio la escena entre María y su prima Isabel no fue otro que, el darse cuenta de la necesidad de su prima, de ver al Mesías y hacerla participar de esa misma alegría de la que Ella estaba llena.

De esta misma forma, nosotros debemos hacer participar a los demás de ésta alegría, de una forma encarnada y personalizante, para así seguir el ejemplo de tantos que han dado su vida por ésta Alegría, y convertirnos así en “apóstoles de la alegría”.


[1] Gálatas 5, 22

[2] Gálatas 5, 17

[3] CHD 22

[4] Reglas para el discernimiento de los espíritus. Pág. 29

[5] Juan 16, 22

[6] Proverbios 14, 12-13

[7] Salmos 4, 8

[8] Lucas 1, 28

[9] Lucas 1, 35

[10] Juan 19, 26

No hay comentarios:

Publicar un comentario