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Testigos de la Luz

jueves, 19 de mayo de 2011

"Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolado hechos oración"

La oración es ese camino de dialogo con Dios, esa «cadena de oro fino»[1] que une verdaderamente a Dios con los hombres. No por nada nos dice el Señor «cuando dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos»[2].

Son innumerables la cantidad de sectas y movimientos que hoy profundizan en técnicas meditacionales, caminos de relajación –o de encuentro como los llaman también- desde las más arcaicas hasta exóticas en su fondo y forma. El florecimiento de estos “novedosos caminos actuales” nos habla de la profunda necesidad del hombre de encontrarse con Dios, nos hablan de su profunda hambre de más; de su nostalgia de infinito. Todo esto si lo contrastamos con la cultura de lo superficial que hoy se encuentra en todos lados; nos habla. El hombre tiene necesidad de Dios, le es natural esa tensión a Él y lo reconoce y lo busca.

«El dialogo con Dios se enraíza en la naturaleza misma del ser humano, en su anhelo de encuentro pleno»[3] por esto se puede afirmar –como nos dice Luis Fernando Figari- que  «la oración responde a la intranquilidad que hay en el corazón del hombre […] le es esencial»[4]. Es el mismo Señor el que nos invita constantemente a velar y orar. «Orad siempre sin desfallecer».[5]

Nuestra oración es esa respuesta a la respuesta que Dios nos ha dado queriéndose acercar a nosotros. Es la respuesta a nuestra identidad, el contacto con nuestro interior nos lleva siempre al contacto directo con Dios pues al participar de su ser nos ha dado la capacidad de compartir con Él toda nuestra vida.

Cuando hablamos de oración para la vida y el apostolado hablamos de que esa oración ganada a fuerza de momentos de encuentro con Dios debe iluminar toda nuestra vida, todas nuestras acciones.  Todo en nosotros debe reflejar aquella respuesta de la que hablamos y ante esto María es un clarísimo ejemplo, su respuesta fiel en el “fiat” fue un momento de oración que ilumino toda su realidad y todas sus acciones cotidianas, no por nada muchos maestros espirituales la llaman “maestra de oración”. Así como María si nosotros pudiéramos hacer que toda nuestra vida sea respuesta al Plan de Dios, haríamos que cada cosa del día fuera en sí misma oración. Una oración continua. Es entonces donde entramos en que la vida y el apostolado son hechos oración.

Juan Pablo II dirá que «Jesús de Nazaret oraba todo el tiempo sin desfallecer; la oración era la vida de su alma y toda su vida era oración»[6].  En el modelo de Jesús encontramos «un perfecto ejemplo de cómo se deben unir estas dos realidades; la constante comunión con el Padre y la vida intensamente activa»[7].
Sin esta unidad se corre el profundo riesgo de la desorientación, de las lamentaciones. San Juan Berchmans dice que «toda apostasía en la religión tiene su origen en la falta de oración»[8] y con razón lo dice pues el que deja de rezar pierde el horizonte, descarrea del camino, poco a poco, cada vez más.  Caer en activismos no es nunca la respuesta, ser apóstoles supone que seamos además de hombres de acción, hombres de oración.

Aspirar a que toda nuestra vida y nuestro apostolado sean oración supone la concatenación, la unión, de esos momentos fuertes de oración en donde dialogamos como amigos con Dios y la consagración cotidiana de todas nuestras actividades, gestos, palabras y pensamientos a Dios que es donde nos encontramos con Él como ese Dios cercano que busca acercarse a nosotros.  Así «Todo acto es oración si es don de sí para llegar a ser» nos dice Saint-Exupèry. Esto por supuesto constituye todo un programa de vida. Un vivir cada vez más comprometidamente una “espiritualidad de lo cotidiano” que a medida que la practicamos nos va asemejando al Señor, nos va conformando a Él “modelo del hombre nuevo” haciendo que toda nuestra existencia se despliegue en una vida santa y en un apostolado fecundo.


[1] Ver San Juan de la Cruz, La noche oscura.
[2] Mt. 18, 20.
[3] CHD 86
[4] Luis Fernando Figari, Huellas de un peregrinar, pg. 58 , fondo editorial, Lima 2005
[5] Lc. 18, 1.
[6] S.S. Juan Pablo II, la oración del Hijo al Padre, 22/7/87,1. En CHD 86
[7] S.S. Juan Pablo II, Vita Consecrata, 74b.
[8] San Juan Berchmans en Huellas de un peregrinar, Luis Fernando Figari, Fondo Editorial, Lima, 2005.

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