El marco de esta cita introductoria de la segunda carta del
apóstol San Pedro está en las recomendaciones detalladas que deja a sus fieles
–a manera de camino espiritual- para que estos se esfuercen con tenacidad y
perseverancia.
La preocupación general por la que dicho camino espiritual
se encuentra tan finamente detallado puede fácilmente radicar en el deseo del
apóstol de estimular en sus fieles un verdadero deseo ardoroso por alcanzar la
gracia y santidad. Denota de la característica en como expone el primer Papa
este singular camino de santidad que la Sola
Fides no es suficiente, que una fe «tan preciosa como la nuestra» hay que
acogerla, interiorizarla, entenderla, vivirla, madurarla, etc., para que el
fruto de esta fe tan preciosa sea abundante para la gloria de Dios. «Precisamente
San Pedro reza para que la gracia y la paz se multipliquen en sus lectores, y
los exhorta a seguir adelante, invitándolos a ser diligentes en el crecimiento
y acentuando la necesidad de poner medios efectivos»[1]
La “dirección de San Pedro” como suele ser más comúnmente
conocida en la Iglesia se desarrolla en el marco de once versículos (2da. Pe.
1, 5 -11) de los cuales podemos tomar como eje central la resolución de medios
ascéticos que se concentran entre los
versículos del cinco al siete, en donde el apóstol invita a acoger un sistema
de virtudes como un camino concreto para colaborar con el plan de Dios de que
todos y cada uno de nosotros podamos alcanzar la santidad. «Vosotros, pues sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»[2]
No pocas espiritualidades en la Iglesia han visto en este “sistema
de virtudes” un legado espiritual del apóstol y un medio concreto por el cual
no solo se camina individualmente, sino que, a lo que cada cristiano lo aplica
a su vida y se esfuerza por seguirlo a la vez que progresa en santidad y
virtud, progresa con el también la Iglesia como cuerpo místico de Cristo que se
purifica y santifica a medida que se ejercitan en la santidad su miembros.
Esta «fe preciosa» a la que nos remite San pedro debe
ponerse por obra para que se haga concreta y produzca por ende el fruto que el
Señor espera en cada uno de nosotros. El primer Pontífice era completamente
consciente de esto y por eso dice «poned el mayor empeño en afianzar vuestra
vocación y elección. Obrando así, nunca caeréis»[3].
Vemos como entonces la “dirección de San Pedro” o sistema de
virtudes que el apóstol propone es verdaderamente un camino de santidad que nos
lleva a la configuración plena con el Señor y nos alcanza para gloria de Dios
la vida plena en la santidad de Vida.